“El Cristianismo es una religión inventada, y
Jesucristo un personaje de ficción tan real como Superman, Don Quijote o
Skywalker”
Ingeniero de profesión, Fernando Conde ha dedicado
los últimos 20 años de su vida a investigar los Evangelios y ahora afirma con
rotundidad que son ‘falsos’
Una entrevista de Fernando F. Garayoa
26·07·16 | 04:00
Pamplona - “Se
necesita imaginación para suponer que el Emperador Constantino, en el año 303,
reuniera un pequeño equipo redactor y les encargara escribir los cuatro
Evangelios y varios textos más, todos ellos falsificados, con el fin de
implantar en el Imperio su nueva religión, el Cristianismo”.
Esta idea que parece de locos es la que Fernando
Conde trata de demostrar en su libro “Año 303. Inventan el Cristianismo”.
¿Es el Cristianismo una religión inventada, o al
menos algunos de los principales textos que la sostienen?
-Sí, las dos cosas, los textos y, por lo tanto, la
religión... El Cristianismo es obra de una persona del año 300 que se llamaba
Lactancio, un personaje histórico, que de hecho fue el pedagogo de Crispo, el
hijo mayor de Constantino. Este hombre era un visionario, una persona de pocas
luces, que cometió varios errores, entre ellos creer que al encontrar una moral
elemental en los textos egipcios había descubierto el universo. Pero fue capaz
de convencer a alguien con mucho poder, Constantino, y de ahí nos viene todo...
Lactancio contactó con Constantino cuando era un tribuno, el protegido de
Diocleciano, pero no tenía poder todavía sobre el Imperio. Pero a los tres años
se hizo con autoridad sobre las Galias, y a partir de ahí fue sumando partes
hasta hacerse con todo el Imperio y así pudo instalar el Cristianismo en Nicea.
Por ende, ¿deducimos de su investigación que
Jesucristo no existió?
-Efectivamente. Es duro decirlo pero Jesucristo es
un invento literario de Lactancio. Es tan real como Don Quijote, Superman o
Skywalker, es un personaje de ficción. Se le dio la figura de hijo de Dios
porque Lactancio estaba obsesionado con que todo el Imperio adorase al Dios
único, porque si no ese Dios único iba a mandar el fin del mundo. El nacimiento
del Cristianismo está motivado por la convicción de que si no se adoraba al
Dios único, en muy poco tiempo iba a llegar el fin del mundo.
Sin ser experto en Historia, nada más lejos, el
historiador Flavio Josefo sí cita a Jesucristo en sus escritos...
-Flavio Josefo escribió sus Antigüedades judaicas
sin citar para nada a Jesucristo, lo que sucede es que Constantino formó un
equipo integrado por Lactancio y Eusebio de Cesarea, que era historiador. Y a
este último le tocó interpolar a Flavio Josefo y a Plinio para meter una cuña
en la que citase a Jesucristo. Pero los historiadores con cabeza ya encuentran
que esa cita de Jesucristo no pega en el sitio, ya que corta dos pasajes que
tienen una perfecta unión entre sí. Es decir, que ya hay sospechas de que el
testimonio flaviano es una falsificación y, además, han aparecido pruebas de
que es una interpolación.
¿Por qué Constantino decidió adoptar el
Cristianismo como religión del Imperio, qué ventajas le ofrecía?
-Lactancio, en el año 303 fue a hablar con
Diocleciano, y de eso hay indicios muy ciertos. Diocleciano le rechazó pero
Constantino, que vivía con Diocleciano en Nicomedia, le oyó y no puedo decir si
eso le dio pie para basar su ambición de tener todo el Imperio bajo su mando o
primero tuvo el Imperio y luego inventó el Cristianismo. Pero lo que sí es
Historia es que ansiaba dominar todo el Imperio, no solo la cuarta parte que le
correspondió, y que implantó el Cristianismo primero en la parte occidental y luego
en todo el Imperio a través del Concilio de Nicea.
Apunta que Lactancio tomó como base la moral de los
textos egipcios pero la realidad dicta que la religión cristiana bebe de muchas
otras religiones, ya que por ejemplo adopta las Saturnales y las convierte en
la actual Navidad.
-Efectivamente. Una cosa es la obra de Lactancio y
otra el amejoramiento del fuero que hicieron los Santos Padres, pero eso ya fue
en época de Teodosio. Estos Santos Padres hicieron una especie de popurrí
incorporando misterios que eran muy del gusto de la época, como eran los
misterios de Mitra, que tenían mucho predicamento entre las legiones. Pero ha
habido otros investigadores independientes que han demostrado que gran parte de
los milagros, correrías y andanzas de Jesucristo y de su doctrina son egipcios,
y están en los textos sagrados egipcios.
Supongo que es consciente de que al editar un libro
como este le van a tachar casi de loco...
-De loco, no. Anteriormente, sin poner sobre la
mesa las pruebas que aporto en este libro, recibí múltiples críticas y grandes
rechazos, especialmente del sector más conservador ideológicamente hablando.
Pero es que en este libro aporto pruebas diferentes y que, además, están los
Evangelios, de forma que todo el que quiera puede leerlas.
Antes de meternos de lleno en las citadas pruebas,
¿cree que la Iglesia
como institución es consciente de lo que usted afirma, de que el Cristianismo
es una religión inventada?
-Estoy convencido de que sí porque ha habido
modificaciones de los textos del Nuevo Testamento para ocultar las pruebas. Por
lo tanto, tiene que saberlo, por lo menos desde hace 150 años.
¿Ha tenido alguna respuesta oficial por parte de la Iglesia a sus tesis?
-No, y hacen bien en guardar silencio y esperar a
que pase el chaparrón. Lo contrario sería darle valor.
Las pruebas a las que usted hace referencia se
basan principalmente en las firmas ‘escondidas’ que los autores colocaban en
los textos para que los lectores pudieran discernir si los textos eran
originales o auténticos. Entre estas firmas destaca principalmente una muy
curiosa, Simon.
--Simon no es nadie y digamos que he tenido mi
propia evolución con esta firma, que es la prueba definitiva o concluyente. Al
principio, no sabía si el acróstico era por pronunciación o escrito.
Finalmente, he llegado a la convicción de que es por texto. Simon, el nombre,
se escribe con omega, en cambio, tal y como aparecen en las firmas es con
ómicron, y por lo tanto significa cuento, patraña o bulo. Es decir, mentira
pero con cierto aire de ironía o sorna. Eusebio puso esa firma en los textos
que eran patraña. Mientras que Lactancio estaba convencido de que debía
defender y promocionar la nueva religión. Lo que sucede es que Lactancio murió
antes y Eusebio de Cesarea, en los evangelios que había escrito Lactancio,
añadió varios capítulos en los que coló la firma maléfica de Simon.
Por centrar la trama, ¿quién escribió los cuatro
evangelios oficiales?
-Cronológicamente, Eusebio escribió Marcos, y puso
firmas de Simon, acrósticos, en todos los capítulos. Después, Lactancio copió
de este primero los de Lucas y Mateo, que son los evangelios sinópticos, porque
son muy parecidos. Y, finalmente, Eusebio se inventó el de Juan haciéndolo
completamente distinto de los tres anteriores.
Y, ¿qué sucede por lo tanto los evangelios
apócrifos?
-Los evangelios apócrifos son claramente
posteriores, sobre el año 350-390, y lo que hacen es rellenar los huecos en los
que los evangelios oficiales no decían nada. Además, son evangelios que no
contienen doctrina auténtica, son más bien milagritos y discursos del gusto de
la gente.
Si todo lo que dice en el libro es cierto, se carga
literalmente siglos de doctrina y filosofía en Occidente.
-Lo que es falso es falso. Y si se puede demostrar,
ya no es cuestión de teorías o hipótesis, son realidades. Lo que sucede es que,
para mí, la civilización occidental se basa en el Helenismo no en el
Cristianismo, que es anterior y mucho más profundo. Por lo tanto, lo que
tenemos que hacer es recuperar las raíces de nuestra civilización y no girarla
a una fanática.
Lo complicado de explicar es que todas estas
pruebas que cita, y que le han costado 20 años de investigación conseguir, se
basan en la forma de escribir los Evangelios, en su estructura y en las citadas
firmas. ¿Qué es lo que hacía reconocible esa forma de escribir los textos como
para discernir entre unos falsos y otros auténticos? ¿Cómo sabemos que esas
firmas fueron colocadas a posta para evidenciar la falsedad y no son mero
resultado del azar?
-En la antigüedad, los escritos se copiaban, y eso
implicaba que en las copias se dieran equivocaciones o que incluso se colocaran
interpolaciones intencionadas para desvirtuar el escrito original. Para evitar
esto, los primeros escritores de los que se tiene constancia, como Hesiodo y
Herodoto, se inventaron una forma de escribir que asegurara al lector que
aquello que leía era el texto original. Y para ello convirtieron sus textos,
sumando las palabras de cada frase, en una sucesión de números. Es decir, todos
los escritores, incluso Virgilio y Horacio, tienen también esta sucesión de palabras
convertidas en números. Sin embargo, Lactancio, que era profesor de retórica,
formaba estructuras complicadísimas, que yo no he encontrado en nadie más, por
eso le llamaban el Cicerone español, pero como era bastante ingenuo, cometió el
error de que su fabulosa estructura la colocó en todos los escritos de todos
los autores que inventó. De esa forma, la misma estructura está en Mateo, en
Lucas o en las cartas de Pedro o de Judas, que son las cuatro obras de
Lactancio además de las cartas de Pablo.
¿Cómo podemos saber que Lactancio inventó esas
historias y no fue un historiador que simplemente relataba unos hechos?
-Constantino es el emperador que favoreció el
Cristianismo. Lactancio fue el preceptor de su hijo y Eusebio fue el que
escribía los discursos. Basta también con leer la obra de Lactancio
Instituciones divinas para saber su mentalidad, que está reflejada
idénticamente en estos evangelios. Sin embargo, Eusebio era un maestro del
conocimiento, capaz de escribir doctrina auténtica, que está en los Evangelios,
aunque luego fuera interpolada y deformada, es decir, oculta. Hay que tener
capacidad de distinguir la verdad de la falsedad para poder enjuiciar los
Evangelios, que son libros ideológicos.
Pero, repito, ¿cómo sabemos que es un relato inventado
y no unos hechos referentes a Jesucristo que a él le contaron y posteriormente
los transcribió?
-Por ejemplo, cuando uno en el año 400 escribe de
personas que sufrieron martirio en Mérida en el año 300, está comprobado que es
falso por los datos intrínsecos del relato. Por poner otro ejemplo, un relato
en el que se hace referencia a un personaje que existió y que no dejó huella en
ningún otro sitio que no sea la memoria de Lactancio, y digo memoria entre
comillas. Es un relato inventado. Los argumentos están en el libro, y me han
hecho falta 800 páginas para plasmarlos, por lo que difícilmente puedo
resumirlos en unas líneas de conversación.
¿Qué le llevó a un ingeniero industrial a meterse
en este ‘fregao’ de investigar los evangelios?
-Porque al margen de ser ingeniero industrial, yo
era un ser humano, que tenía sus inquietudes. Y en un momento determinado, a
mis 40 años, a raíz de una conversación, me di cuenta de que podía estar
engañado y no me quería morir engañado. Yo quiero saber realmente cómo son las
cosas, qué hay después de la muerte, a qué nos enfrentamos, el sentido de la
vida y quiero comprobar si lo que me contaron mis padres, cuando era pequeñito
y no tenía defensas mentales, era cierto. Y como ahora las tengo, pues las voy
a emplear, y eso es lo que me llevó primero a leer los textos en castellano. En
esa primera lectura noté que había muchos absurdos, por ejemplo, el Evangelio
de Juan tiene pasajes muy profundos y bonitos y, sin embargo, el Apocalipsis,
que son una sarta de barbaridades una detrás de otra enlazadas con hilo de
plata, también se decía que era de Juan, ¡y eso no puede ser! ¡Eso repele a
cualquiera que tenga dos dedos de frente! Y sin embargo todo el mundo lo
aceptaba.
Por lo tanto, ¿llevamos casi 2.000 años viviendo y
rigiéndonos por una colección de mentiras?
-Sí. Lo malo es que en los evangelios cristianos
hay moral elemental, que es la que obnubiló a Lactancio, porque él no
practicaba nada de eso y es la que está en las epístolas de Pablo. Pero luego
hay un 80% de barbaridades y un 10%, oculto y mal traducido del conocimiento de
Eusebio. Lo malo de la doctrina falsa que hemos seguido durante 17 siglos es
que tapa el conocimiento con mayúsculas de los griegos, que es la doctrina que
permitiría a Occidente evolucionar y no ser un niño en ideología.
¿Esto quiere decir que los milagros de Lourdes, San
Fermín o San Saturnino también son falsos o inventados?
-Depende de que sean anteriores o posteriores a
Nicea. Si son anteriores, como San Fermín o San Saturnino, no existieron. San
Saturnino dicen que era discípulo de San Pablo, y si San Pablo no existió...
Como tampoco existió Santiago Apóstol. Si son posteriores, sí existieron... Eso
sí, que sean santos... Es la
Iglesia la que decide quién es santo, y por lo tanto lo que
hace es premiar o favorecer la falsificación y el montaje. Luego hay santos que
realmente han hecho cosas en favor de sus congéneres, como San Francisco de
Asís, que era un buen monje que hizo mucho por la gente de su entorno, en este
sentido digamos que no me molesta que lo nombren santo y lo pongan en un altar.
¿La
Iglesia está condenada a sucumbir finalmente ante esta
‘mentira’ que usted relata?
-Creo que la Iglesia tiene una oportunidad de pervivir, pero
para eso debe desechar todo lo que es Lactancio y coger el conocimiento de
Eusebio. Pero no es un conocimiento divino, no es algo que Dios haya dicho, que
no me vengan con cuentos.
Fuente:
https://www.noticiasdenavarra.com/cultura/2016/07/26/cristianismo-religion-inventada-jesucristo-personaje-2742949.html
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«Las pruebas
sobre la falsedad del cristianismo ya son irrefutables»
Fernando Conde nació en 1945 en Irun pero la mayor
parte de su vida la ha pasado en Iruñea, de donde son oriundos sus padres. Es
doctor en ingeniería industrial y ha sido profesor universitario. A los 40 años
se planteó si la religión que le habían inculcado era cierta, y decidió
investigarlo por su cuenta. Aprendió griego, latín y hebreo, analizó los libros
antiguos del cristianismo y ha salido de dudas: es falsa.
Entrevista a Fernando Conde Torrens
Autor del libro «Año 303. Inventan el Cristianismo»
El resultado de los hallazgos de Fernando Conde es
demoledor, y él mismo lo resume así: «Todo
el cristianismo nació como iniciativa de un solo individuo, que convenció a
alguien con mucho poder y este respaldó su invento. Todos los personajes que
aparecen en la historia primera del cristianismo son inventados, no existieron.
No existió Jesucristo, ni concepción virginal, ni nacimiento, ni apóstoles, ni
muerte en la cruz, ni resurrección, ni fundación de Iglesia alguna, ni mandato
de ‘id y predicad’. Todo fue una idea luminosa concebida por una sola persona».
En el año 2004 usted publicó el libro «Simón, ópera
magna. Las pruebas de la falsificación», en el que ya sostenía que el
cristianismo fue creado por el emperador Constantino en el siglo IV y que
Jesucristo nunca existió. ¿Qué aporta ahora este libro en sus 860 páginas?
Lo principal es que ahora se aportan las pruebas
documentales de que lo que defendí desde el principio era la realidad
histórica: Jesucristo es un personaje literario, inexistente, creado por un
autor, Lactancio, para fundar una religión nueva, que adorara a un solo dios,
no a muchos, como se permitía en la
Roma imperial. Aporta la historia de lo que sucedió, año a
año, desde el ascenso de Constantino al poder, el año 306, e incluso un poco
antes, hasta su muerte, el 337. Otro cambio es que ahora todo se explica en
forma de novela, de lectura fácil, con capítulos cortos.
En la entrevista que le hice en 2004 usted
reconocía que aún le faltaba bastante para poder decir que tenía algo
irrefutable. Con su nuevo libro, ¿se puede decir que las pruebas sobre la
falsedad del cristianismo ya son irrefutables?
Así es. Se ha desentrañado el proceso de redacción
de los Evangelios, podría decirse que palmo a palmo, texto a texto. En este
proceso de redacción, necesario para la creación del cristianismo, se dio una
feroz lucha interna, y esa pugna ha quedado reflejada en los escritos del Nuevo
Testamento.
Por una parte, el director del proyecto, con pleno
apoyo de Constantino, sembraba visión mágica, intolerancia, miedo, desprecio
por la mujer y alguna barbaridad más. En su contra, Eusebio tenía que actuar a
escondidas. Y, a escondidas, dejó los Evangelios escritos de forma que se
pudiera demostrar la realidad, que todo era una inmenso engaño, un fraude. Que
todo el Nuevo Testamento era obra exclusiva de dos personas y que una de ellas
era él, un historiador amigo de Constantino.
En este libro usted sostiene que el cristianismo
fue obra de Lactancio, que era el pedagogo del hijo mayor de Constantino. Creo
recordar que la figura de Lactancio no aparecía en el libro «Simón, ópera
magna». ¿Lo ha descubierto en sus nuevas investigaciones?
Exactamente. En mi libro anterior localicé a
Eusebio de Cesárea como uno de los dos miembros del equipo redactor de todos
los textos cristianos falsificados. Y pensaba que el otro era Osio, que
presidió el Concilio de Nicea. No fue así. Osio era el embajador de
Constantino, el hombre que seleccionó los obispos que acudirían a Arlés (Estado
francés) el año 314, y a Nicea (Turquía) el año 325. El hombre de la idea fue
Lactancio, un profesor de Retórica de África del Norte, que estudió los textos
egipcios y de ellos obtuvo mucho material ideológico que aportó al
cristianismo. No sé de dónde sacó la idea de que el dios único estaba indignado
con los romanos porque adoraban a muchos otros dioses, o incluso a ninguno,
como los seguidores de la filosofía griega. Y estaba tan airado ese dios que se
disponía a enviar el fin del mundo, el fin del Imperio romano, si la situación
no cambiaba rápidamente. De ahí su viaje a la capital donde residía el
emperador Diocleciano, y donde conoció a Constantino. El primero rechazó su
propuesta de crear esa nueva religión, pero, desgraciadamente para todo
Occidente, al segundo le convenció la idea.
Usted mantiene que Jesucristo fue un personaje
literario. ¿Quién lo inventó, Lactancio o Eusebio de Cesárea, el historiador
que estaba a las órdenes de Constantino?
Evidentemente, Lactancio. El ‘‘Hijo de Dios’’,
Jesucristo, era la pieza necesaria para evitar el fin del mundo, fundando una
nueva religión que adorara al dios único, para calmarlo y evitar la catástrofe
final. Hay que entender que el fin del mundo era el fin del Imperio romano por
ataque de los bárbaros, todos los pueblos que habitaban más allá de las
fronteras. En aquellos tiempos era creencia general que dios, o los dioses de
cada nación, castigaban a su pueblo si se había portado mal, permitiendo que
sus vecinos lo conquistaran, como ocurrió al pueblo judío cuando la deportación
a Babilonia.
En este libro usted aporta nuevas pruebas sobre la
invención de esta religión. ¿Las puede resumir? ¿Están relacionadas con el
acróstico de SIMÓN?
El acróstico de SIMÓN es la tercera, porque hay
tres. La primera es la doble redacción que Eusebio dio a todas sus obras, con
dos etapas de redacción con ideas opuestas. Eran las ideas suyas, sobre el
conocimiento griego, y las ideas fantasiosas de Lactancio. Eusebio ponía sus
ideas en la primera etapa de redacción, y luego él mismo rodeaba esas ideas con
las de Lactancio, con lo que las suyas desaparecían, porque cortaba su texto en
rodajas que perdían su sentido al estar mezcladas con ideas opuestas. Hay una
muestra de ello en la Carta
de Santiago, donde conviven dos Cartas distintas de la primera etapa de
redacción con cantidad de las barbaridades que imponía Lactancio.
La segunda son las estructuras. Todos los autores antiguos
escribían con estructura. A base de contar las palabras que iban añadiendo a su
obra, formaban una sucesión de números, conforme el escrito se alargaba. Había
ciertos números, o longitudes de texto, especiales. Y el autor podía pasar por
muchos de esos números –o longitudes– o por pocos. Así, había estructuras
complicadas y otras más sencillas. Hasta aquí no hay ninguna prueba de nada.
Pero Lactancio, que además de fanático era corto, para lucirse, escribió todas
sus obras con la misma estructura, una complicadísima. Esto no debía ser así;
cada autor debía tener una estructura diferente; unos, complicada, pero otros,
bastante más sencilla. La prueba es que, por esa estructura, se reconoce que
Mateo, Lucas, Pablo, Pedro y Judas están escritas por la misma persona. Y
muchos más falsos escritos cristianos primitivos.
La tercera prueba, colocada por Eusebio, son los
acrósticos, la palabra SIMÓN, que significa patraña, cuento, bulo. La colocó en
todos los capítulos del Evangelio de Marcos, del de Juan, en la Carta de Santiago, en las
tres Cartas de Juan, en su obra más importante, la “Historia eclesiástica’’, y
en varios falsos textos cristianos primitivos, que él escribió. Es la prueba
más evidente y fácil de ver, porque colocaba muchas letras de las que forman la
palabra SIMÓN.
Usted ha dedicado veinte años de su vida a buscar
pruebas sobre la verdad o falsedad del cristianismo, y la conclusión es clara.
¿Va a continuar investigando, o cree que su último libro aporta las pruebas
definitivas sobre esa falsedad?
Esto último. Se ha averiguado prácticamente todo
sobre los actores de la farsa y sobre el proceso de creación del cristianismo,
casi día a día. Todo está descrito en el libro. Y también las pruebas. Los
propios textos evangélicos son las pruebas, ¿qué más se puede pedir?
Suele decirse que los dioses no han creado a los
seres humanos, sino que son los seres humanos quienes crean a los dioses. ¿Cree
que esto es válido para todas las religiones, no solo para el cristianismo?
Yo me he prohibido mirar fuera del cristianismo. No
tengo derecho a criticar otras religiones. Y, al analizar la que fue mi
religión, descubro en ella conocimiento, moral básica y barbaridades. Conviene
rechazar las barbaridades, la visión mágica, todo lo irreal. Y quedarse con el
conocimiento, para el que esté a esa altura, o con la moral elemental, para
quien no llegue aún a esa moral. Pero rechazando todo lo sobrenatural, porque
eso es parte de las barbaridades. Los milagros, las resurrecciones, la concepción
virginal de un Hijo de Dios, la necesidad de ser redimidos, el pecado, el
infiern0... Todo eso debe ser dejado atrás, como algo fruto de la mente insana
de un fanático.
¿Y a partir de ahora, qué panorama se abre?
Me da la impresión de que, como sociedad, tenemos
una tarea fundamental por delante: corregir el engaño en que vivieron nuestros
mayores, abandonar el montaje y volver a la ideología acertada que había en el
imperio romano antes de la invasión –porque fue una invasión, ideológica, pero
invasión– de Constantino y Teodosio. Volver a lo que me gusta llamar
“democracia divina”, sin religión financiada por el Estado. Que cada religión
la soporten sus fieles. Y dar importancia a lo real, no a las fábulas. Que los
hallazgos de los mejores sabios de la Antigüedad, el conocimiento, no queden reducidos
a la nada por obra de unos ignorantes.
«Estoy convencido de que la jerarquía de la Iglesia católica ha
conocido este engaño siempre»
¿Cree que los jerarcas de la Iglesia católica han sido
o son conscientes de la falsedad del cristianismo? ¿Desde cuándo?
Lo saben al menos desde tiempos de Teodosio, desde
finales del siglo IV. Y tomaron contramedidas para intentar ocultar esa
falsedad, como traducir el texto original al latín, la Vulgata, y prohibir el
texto griego. Con ello se borraron las firmas de SIMÓN durante más de mil años.
También movieron los inicios de los capítulos, para dificultar el hallazgo de
las estructuras, y numeraron con versículos el texto, para mover los finales de
los párrafos originales que definían los acrósticos de SIMÓN. De modo que sí,
estoy convencido de que lo han sabido siempre. Y han procurado corregir los
aspectos por donde podía descubrirse el engaño.
Reconocer ese engaño supondría el fin de una
religión que tiene más de 2.000 millones de seguidores en el mundo, según datos
de la Iglesia
católica. ¿Qué consecuencias podría tener?
No tiene por qué ser así. Diría que solo será así
si las jerarquías actuales se empeñan en mantener la totalidad de la doctrina
ideada por Lactancio. Pero si renuncian a todas las barbaridades –a las que ya
apenas nadie da crédito–, reconocen su error y comienzan a enseñar el conocimiento
que Eusebio puso en los Evangelios, creo que podrían salvarse del ostracismo
universal. Porque ese conocimiento, descubierto por los griegos, es útil para
la vida incluso en pleno siglo XXI.
La base de nuestra civilización occidental no es el
cristianismo inventado por Lactancio, el visionario, sino el conocimiento
griego, mucho más serio. Lo que tenemos que hacer es forzar nuestro retorno a
los orígenes, y dejar atrás el ‘‘gran paréntesis’’ que impusieron Constantino,
Lactancio y Teodosio, todos ellos de infeliz memoria. Es un ‘‘paréntesis’’ que
ya ha durado demasiado, nada menos que diecisiete siglos. En esto, confío más
en el sentido común de los más, que en el acierto de los menos, las élites
jerárquicas.I.V.
Fuente:
https://www.naiz.eus/es/hemeroteca/gara/editions/2016-08-07/hemeroteca_articles/las-pruebas-sobre-la-falsedad-del-cristianismo-ya-son-irrefutables