Los Testigos De Jehová son muy célebres hoy en día por muchas cosas: Molestar los domingos en la mañana en la puerta de nuestras casas para intentar vender basura literaria; Asesinar a sus cándidos integrantes cuando los obligan a no recibir transfusiones sanguíneas diciendo que hay “otras opciones igual de efectivas” que terminan casi invariablemente con la muerte del ingenuo Testigo; Asarse al sol cuando los obligan a caminar por las calles en pleno verano vestidos de traje y corbata (Faldas hasta los tobillos para las sacrificadas damas); Despreciar hasta el infinito a quien ose salir de sus filas sin importar si son familiares cercanos; Y un largo y lamentable etc.
Pero hay otra razón por las que son conocidos los Testigos de Jehová: Su actitud de no participar en los conflictos bélicos.
Un TdJ tiene por obligación negarse, no solo a no ir a la guerra, sino el no participar en ningún tipo de servicio militar o uso de armas de fuego.
Pero, ¿Qué dicen oficialmente los Testigos de Jehová sobre este asunto de la guerra y los conflictos bélicos?
Leamos la postura oficial de ellos:
¿Por qué no van a la guerra los testigos de Jehová?
Los testigos de Jehová no vamos a la guerra por las siguientes razones:
Es un mandato de Dios. La Biblia predijo que los siervos de Dios tendrían que “batir sus espadas en rejas de arado” y que ya no aprenderían a guerrear (Isaías 2:4).
Es un mandato de Jesús. El apóstol Pedro recibió esta orden de Jesús: “Vuelve tu espada a su lugar, porque todos los que toman la espada perecerán por la espada” (Mateo 26:52). Con estas palabras, Jesús dejó claro que sus seguidores no han de tomar las armas.
Cristo también dijo que sus discípulos “no son parte del mundo”. Por esta razón, deben permanecer absolutamente neutrales en asuntos políticos (Juan 17:16). Tampoco está bien que protesten contra las intervenciones militares ni que traten de impedir que otras personas se unan al ejército.
Los cristianos tienen que amar al prójimo. Jesús dijo a sus discípulos: “Les doy un nuevo mandamiento: que se amen unos a otros” (Juan 13:34, 35). Los cristianos verdaderos forman una hermandad internacional y jamás tomarían las armas unos contra otros (1 Juan 3:10-12).
Los primeros cristianos no iban a la guerra. Cierta obra de consulta indica que “los primeros seguidores de Jesús no apoyaban las guerras ni prestaban servicio militar”, pues reconocían que tales acciones “no eran compatibles con la ética del amor que enseñó Jesús y con el mandato de que amaran a sus enemigos” (Encyclopedia of Religion and War). Y en su obra Historia de la decadencia y caída del Imperio romano, el historiador británico Edward Gibbon afirma: “Era imposible que los cristianos fueran soldados [...] sin renunciar a un deber más sagrado”.
Contribuimos al bienestar de todos
Los testigos de Jehová somos miembros productivos de la sociedad que de ninguna manera atentamos contra la seguridad del país en el que vivimos. De hecho, respetamos la autoridad de los gobiernos, pues así obedecemos estos mandatos bíblicos.
“Esté[n] en sujeción a las autoridades superiores.” (Romanos 13:1.)
“Paguen a César las cosas de César, pero a Dios las cosas de Dios.” (Mateo 22:21.)
Por eso, cumplimos las leyes, pagamos los impuestos y cooperamos con las medidas del gobierno para promover el bienestar de la comunidad.
Fuente:
https://www.jw.org/es/testigos-de-jehov%C3%A1/preguntas-frecuentes/por-qu%C3%A9-no-van-a-la-guerra/
Los TdJ se sienten muy orgullosos de ello hasta el punto que colocan como clásico ejemplo la actitud de sus miembros durante la segunda guerra mundial, donde fueron un objetivo claro de los Nazis durante sus purgas y uno de los grupos humanos que fueron exterminados de forma sistemática durante el holocausto nazi.
Leamos un pequeño fragmento de “La enciclopedia del Holocausto”:
De los 25.000 a 30.000 alemanes que en 1933 eran Testigos de Jehová, un número estimado en 20.000 continuó activo durante el período nazi. Los restantes huyeron de Alemania, renunciaron a su fe, o practicaron su fe dentro del ámbito familiar. De los que permanecieron activos, aproximadamente la mitad recibió condenas de un mes a cuatro años de prisión, con un promedio de 18 meses, en alguna oportunidad durante la era nazi. De los condenados o sentenciados, entre 2.000 y 2.500 fueron enviados a campos de concentración, de los cuales, entre 700 y 800 aproximadamente no eran alemanes (este número incluye alrededor de 200 a 250 holandeses, 200 austriacos, 100 polacos, y entre 10 y 50 belgas, franceses, checos y húngaros).
El número de Testigos de Jehová que murió en campos de concentración y prisiones durante la era nazi se estima en 1.000 alemanes y 400 de otros países, incluidos unos 90 austriacos y 120 holandeses aproximadamente. (Los Testigos de Jehová que no eran alemanes sufrieron un porcentaje de muertes considerablemente más alto que los testigos alemanes). Además, aproximadamente unos 250 Testigos de Jehová alemanes fueron ejecutados luego de ser juzgados y condenados por tribunales militares por negarse a prestar servicios en el ejército alemán.
Fuente:
https://encyclopedia.ushmm.org/content/es/article/nazi-persecution-of-jehovahs-witnesses
En el informe del Dr. Werner Jung “La persecución nazi a los testigos de Jehová en Colonia” dice que 11.300 testigos de Jehová fueron llevados a los campos, de los cuales aproximadamente 1490 fallecieron. 270 de ellos fueron ejecutados bajo el cargo de "objetores de conciencia".
Huelga decir que al menos en la alta cúspide de los Testigos de Jehová se sienten muy orgullosos de esto. Eso de “Morir por respetar las reglas de Jehová” fue para ellos una gran victoria.
Mi pregunta (Y la razón de esta publicación) es: ¿Está bien esto? ¿Es moralmente aceptable dejarse asesinar por defender con sangre una ideología? ¿Acaso Dios no perdonaría el “salvar la vida” y después pedir perdón por no haberse dejado matar? ¿Hasta donde puede llegar el fanatismo de estas personas cuando prefieren la muerte a sobrevivir y después seguir predicando la palabra de Dios? ¿Es este un buen y cristiano ejemplo a seguir?
Destaco un fragmento del libro que estoy leyendo al momento de escribir este articulo: - “Yo, Comandante de Auschwitz”, escrito por el que fue director del tristemente célebre campo de concentración Nazi ubicado en Polonia Rudolf Höss. Hoss nos narra, desde su punto de vista, sus actividades desde niño hasta ser juzgado y condenado a muerte por ser el cabecilla del campo de exterminio. En su libro nos describe de forma cruda y desde su punto de vista sus últimos años y donde llama la atención sus impresiones con los Testigos de Jehová.
Leamos parte del libro:
Entre los internados en Sachsenhausen había un buen número de Testigos de Jehová. Muchos de ellos se negaban a llevar armas y fueron condenados a muerte por el Reichsführer de las SS. Las ejecuciones se llevaron a cabo ante todos los reclusos formados, con los Testigos en primera fila.
Yo había tenido ocasión de conocer varias clases de fanáticos religiosos: en peregrinaciones y conventos, en Palestina, Irak y Armenia; eran católicos, ortodoxos, musulmanes, chiles y semitas. Pero los Testigos de Jehová del campo de Sachsenhausen, en particular dos de ellos, superaban de lejos todos esos «estereotipos». Ambos se negaban a tener la menor relación con la vida militar. Decían que no recibían órdenes de los hombres, sino de Jehová, a quien reconocían como su único jefe. Nos vimos obligados a apartarlos de los de su secta y encerrarlos en una celda, pues no paraban de incitarlos a seguir su ejemplo.
Eicke (Director del campo Sachsenhausen) los había hecho apalear varias veces por indisciplinados, pero ellos aceptaban el castigo con un fervor que, de tan dichoso, parecía perverso. Incluso suplicaron al comandante que se los castigara más aún, para dar testimonio de Jehová.
Como era de esperar, se negaron a presentarse ante la comisión de reclutamiento, y ni siquiera aceptaron firmar los formularios enviados por las autoridades militares. El Reichsführer los condenó a muerte. Cuando se les anunció el veredicto, casi se volvieron locos de contento. Estaban exultantes, no podían dominar su impaciencia ante la proximidad de la muerte; juntaban las manos y, elevando los ojos al cielo, gritaban sin cesar: «¡Pronto estaremos cerca de ti, oh, Jehová! ¡Qué felicidad, encontrarnos entre los elegidos!». Unos días después, los correligionarios presentes en la ejecución pretendían que también se los fusilara a ellos. Fue muy difícil contenerlos y hubo que llevarlos al campo por la fuerza: un espectáculo casi insoportable.
Cuando les llegó el turno de morir, corrieron hacia el paredón. Por nada del mundo habrían dejado que los esposaran, porque querían levantar las manos al cielo invocando a Jehová. Se colocaron frente al panel de madera que servía de diana, con el rostro iluminado, henchidos de una alegría que ya no tenía nada de humana. Así me imaginaba yo a los primeros mártires del cristianismo: esperando de pie en la arena a ser devorados por las fieras. Aquellos hombres recibieron la muerte con una expresión de alegría extática, los ojos mirando al cielo y las manos juntas para la plegaria. Todos los que presenciaron la ejecución —incluidos los soldados que integraban el pelotón— estaban muy impresionados.
En cuanto al resto de Testigos de Jehová, el martirio de sus compañeros incrementó su fanatismo. Varios de ellos, que ya habían firmado una declaración según la cual se comprometían a poner fin a su proselitismo (cosa que podía ayudarlos a obtener la libertad), se retractaron, ansiosos por continuar sufriendo, incluso más que hasta el momento.
En la vida corriente, los Testigos de Jehová, hombres y mujeres, eran individuos tranquilos, educados, generosos, solidarios y muy trabajadores. En su mayoría se trataba de artesanos, pero también se contaban entre ellos campesinos de la Prusia Oriental. En tiempos de paz, cuando se conformaban con reunirse para rezar, el Estado los consideraba inofensivos; pero a partir de 1937 su propaganda se intensificó, con lo que atrajeron sobre ellos la atención de las autoridades. Se llevaron a cabo investigaciones y detenciones de responsables, y se obtuvo así la prueba de que los adversarios del Reich trabajaban intensamente en la difusión de las ideas de esa secta con el fin de minar, mediante la religión, las defensas del pueblo alemán. Cuando se declaró la guerra quedó claro que se habría corrido un gran riesgo de no haber detenido entonces a los miembros más activos y fanáticos de los Testigos de Jehová. De ese modo se consiguió detener a tiempo la propagación de sus ideas.
En el campo se comportaban como trabajadores laboriosos y merecedores de toda confianza, y su deseo de sufrir para mayor gloria de Jehová era tan grande que se los habría podido enviar fuera del campo sin necesidad de centinelas. Sin embargo, también eran inflexibles en su negativa a participar en cualquier actividad relacionada con el ejército o la guerra, por mínima que fuese. Así, por ejemplo, las mujeres de la secta internadas en Ravensbrück, se negaban rotundamente a empaquetar vendas para los primeros auxilios. Algunas de esas fanáticas no querían alinearse en las formaciones y sólo se dejaban contar en grupos dispersos.
Todos los Testigos de Jehová internados en el campo pertenecían a la Asociación Internacional de Estudiantes de la Biblia. Hay que reconocer, sin embargo, que ignoraban por completo cómo estaba organizada dicha asociación; sólo tenían contacto con los responsables encargados de distribuir las octavillas y presidir sus reuniones. Tampoco tenían la menor idea sobre los objetivos políticos de quienes se aprovechaban de su fanática credulidad. Cuando se hablaba con ellos, enseguida respondían que no entendían nada. Se limitaban a obedecer la llamada de Jehová y prestarle fidelidad. La voluntad de Jehová se les manifestaba en sus visiones; se revelaba a través de la lectura correcta de la Biblia, de los sermones y los libelos de su secta. Para ellos constituía la verdad en estado puro; no había necesidad de interpretarla. Nada les parecía más bello ni deseable que sufrir e incluso morir por Jehová, pues se trataba del medio más seguro de acceder a la categoría de los elegidos. Así, aceptaban sin rechistar su ingreso en prisión, con todos los sufrimientos que ello implicaba. Resultaba conmovedor ver con cuánta entrega cuidaban de sus correligionarios y les brindaban toda la ayuda posible.
No obstante, muchos de esos iluminados también se mostraron dispuestos a abjurar de su fe sin haber sufrido la menor coacción. Firmaban el solemne compromiso de romper todo lazo con la Unión Internacional y someterse a las leyes del Estado, renunciando a cualquier forma de proselitismo. Tras firmar la renuncia, permanecían un tiempo en el campo, hasta que las autoridades estuviesen seguras de su sinceridad. Y, cuando eso ocurría, se los ponía en libertad.
Naturalmente, esos renegados eran muy mal vistos por sus correligionarios, que los sometían a una fuerte presión moral y, a veces, los llevaban a revisar su decisión, especialmente en el caso de las mujeres, más sensibles al remordimiento. En cualquier caso, su fe no se podía quebrantar de manera definitiva; incluso los propios renegados permanecían fieles a Jehová, aunque abandonaran la comunidad. Si alguien llamaba su atención sobre las contradicciones de su doctrina, contestaban que sólo los hombres las veían, puesto que para Jehová no existían; Él y su doctrina eran infalibles.
Tanto Eicke como el propio Himmler dijeron en varias ocasiones que la fe ciega de los Testigos de Jehová podía servir de modelo a las SS, cuyos miembros debían dar muestras de un fanatismo acérrimo en su adhesión a Hitler y el nacionalsocialismo. Sólo se aseguraría el porvenir del Reich hitleriano cuando todos los SS estuvieran imbuidos de la nueva concepción del mundo, sacrificando por completo su «yo» a la gran causa.
Volviendo a las ejecuciones que tuvieron lugar en Sachsenhausen al comienzo de la guerra, quisiera describir las diversas actitudes de los condenados ante la muerte inminente.
Los Testigos de Jehová, como acabo de decir, parecían felices, animados por la fuerte convicción de que unos instantes después entrarían en el Reino de Dios.
Quienes objetaban al servicio militar o practicaban el sabotaje por convicción política, se mostraban firmes en su decisión y, resignados, se sometían pacíficamente a su inexorable destino.
Fuente:
Título original: Kommandant in Auschwitz
Rudolf Höss, 1951
Traducción: Juan Esteban Fassio
Prólogo: Primo Levi
Editor digital: Titivillus
Conclusión:
Usted amigo Cristiano que lee estas líneas: ¿Entregaría su vida de esta manera? ¿Vale la pena el sacrificio?
Y usted amigo lector Testigo de Jehová que lee esto: ¿Aun hoy en día usted justificaría estas acciones? ¿Si se presentase la oportunidad, usted actuaría igual que las víctimas de la guerra? ¿De verdad cree que Dios aprobaría y vería con buenos ojos esta actitud?
Soy Ateo. Jamás entregaría mi vida por una religión y menos si supuestamente Dios es amor y desea lo mejor para mi. Creo que esto también lo pensaría el integrante de cualquier otra religión que no fuesen los TdJ.
E insisto... Que suerte que soy Ateo y no creo en estas fantasías que podrían costarme la vida.
Lista de los errores de los Testigos de Jehová
(Opinión y Actualidad)
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El oscuro mundo de los Testigos de Jehová
(Actualidad y Noticias)
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Extestigo de Jehová desvela sucios secretos
de la organización religiosa
(Noticias)
Ver:
Los Sacrificios Humanos de
los Testigos de Jehová.
(Colaboración)
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Abusos sexuales encubiertos por los Testigos de Jehová
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Joven revela que fue violada a los 8 años
por Testigos de Jehová
(Noticia)
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Antony Flew y la Farsa de su conversión al Cristianismo.
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Los 10 Secretos más Sucios de la Iglesia Católica.
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Curas católicos abusaron de casi 4.500 niños en Australia (Actualidad y Noticias)
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"La vida es sólo un vistazo momentáneo de las maravillas de este asombroso universo. Es triste que tantos estén malgastando su vida soñando con fantasías espirituales"
Carl Sagan