Y
de dónde salen los Ateos ?
Por
Amado Martinez Lebron
Octubre
15, 2024
-
Dios con minúscula.
Este
verano fui invitado a participar en el XXII Congreso Internacional
sobre Nuevas Tendencias en las Humanidades, celebrado en La Sapienza,
Universidad de Roma. Aprovecho la oportunidad, para agradecer
nuevamente a familiares, colegas y amigues, por haber hecho posible
con su apoyo, mi asistencia a este congreso. Me invitaron a La
Sapienza, para reseñar una investigación que, además de haberme
permitido obtener un grado doctoral, me llevó virtualmente hasta la
Ciudad de México, convocado por la XXIII Jornada del Libro Caribeño,
y a un popular programa de la radio puertorriqueña, en el que
participé como invitado en una respetuosa conversación sobre mi
trabajo. Esto, a primera vista, no parecerá mucho según los
estándares del éxito académico o de cualquier otro tipo, pero al
sopesar lo controvertido del tema que discuto, podría considerarse
un logro significativo.
Para
muchos de los participantes del congreso, mi objeto de estudio
provocó reacciones que, aunque trataron de ser corteses, estaban
alineadas con la tradición y se reducían a un rechazo visceral sin
miramientos. La mayoría de les colegas humanistas nunca se había
encontrado con la necesidad de hablar sobre la ciencia ateísta, hilo
conductor de mi trabajo, y mucho menos en el contexto de la cultura
hispana. Algunos reconocen, una vez lo piensan, que jamás se les
hubiera ocurrido hacerse preguntas sobre la descreencia, porque la
tradición religiosa pone un velo sobre el asunto. Más veces de las
que estamos dispuestos a aceptar, la razón es la coacción, o, dicho
de otro modo, el temor irracional a dios, que la cultura dominante
nos ha inculcado durante siglos.
En
Roma, a pocas millas del Vaticano, presenté mi ponencia ateísta en
un congreso que reunió a más de 400 intelectuales de 55 países, y
no coincidí con otro ateo. No encontré a nadie que, al conocer mi
ponencia, confesara su propio ateísmo o al menos mostrara simpatía
por el tema. Dudo mucho que no los hubiera, pero no me topé con
nadie. Eso sí, escuché a decenas de personas referirse a la
humanidad como “el hombre” o “mankind”, conocí a otro
ponente nacido en la Isla, ahora radicado en Texas, y dos parejas de
amiguos puertorriqueños coincidieron en estar en la ciudad durante
las fechas del congreso.
Mi
presentación la titulé “Olvidando a dios: el abandono de la
hipótesis de dios en la cultura intelectual que ayudó a construir a
Puerto Rico, 1769-1812”; y me veo obligado a empezar señalando,
que en la versión publicada por los organizadores, editaron el texto
y aparece dios escrito con mayúscula. El cambio se hizo sin ningún
tipo de advertencia o espacio para el debate y así está en todo el
material del congreso, tanto digital como impreso. No busco debatir
sobre esa decisión, porque, si acaso, agradezco la oportunidad que
tuve. Mi objetivo en este ensayo es, más bien, hablar de algunos
puntos claves del trabajo de investigación en historia cultural
crítica que presenté en Roma. A eso llegaré pronto, pero antes
quisiera explicar mi decisión de escribir dios con minúscula, ya
que se ha convertido en un problema recurrente.
Cuando
me corrigen por escribir dios con minúscula, por lo general, usan
argumentos de carácter ortográfico o incluso semántico. Eso es de
esperarse en el ámbito de lo consuetudinario y no me sorprende. Por
costumbre, igualmente, dios se escribe con mayúscula cuando se busca
hacer referencia a una de las divinidades de las tres principales
religiones monoteístas del mundo. Con esto resultaría ya más que
evidente que la imposición ortográfica ha funcionado históricamente
como un intento de afirmar la existencia de los dioses que se
describen, pero todavía no nos cuestionamos como cultura esa
convención, ni su relación con la coerción religiosa. Más
adelante esbozaré algunos aspectos históricos del dios impreso,
occidental y dominante, que en mi trabajo de investigación discuto a
fondo, así como alguna evidencia de su negación en el pasado, que
espero arroje más luz sobre estos temas. Sin embargo, adelanto que
todo se podría resumir a que se practica escribir dios con mayúscula
porque la tradición le atribuye existencia a ese personaje. Nuestra
cultura se formó bajo el peso de una comunidad católica que acuñó
la grafía de dios creyendo fervientemente en él, pero también
sintiendo miedo de su Iglesia. Las primeras traducciones de la Biblia
al español en el siglo XVI, hechas tras sus gestores haber
renunciado al catolicismo, entre otras publicaciones impresas en el
periodo, definieron siempre a dios como existente, al mismo tiempo
que la Iglesia autorizaba a esclavizar a los no-católicos y
condenaba ateos a la muerte.
Para
la Real Academia Española (RAE), “Dios se escribe con mayúscula
inicial cuando funciona como nombre propio y con minúscula cuando es
un nombre común.” (1) Algunas fuentes añaden que dios en
minúscula puede llevar artículo, pero cuando está en mayúscula,
no debe. Bajo esas reglas parecería que me veo obligado a decir que
escribo dios con minúscula porque hablo del dios común, pero en
realidad, lo hago porque entiendo que es imposible que exista el
propio. Dios como personaje literario de la Biblia, podría parecer
merecedor de un nombre con mayúscula, pero tendría que pasarse por
alto la multitud de caracterizaciones que compiten por él. Porque,
aunque lean el mismo libro no es lo mismo el dios católico que el
protestante. El dios cristiano es diferente al del islam o el
judaísmo. Incluso el dios del Antiguo Testamento es diferente al del
Nuevo, y el de apenas hace un siglo no es igual al dios de hoy.
Pienso que esos matices se ignoran deliberadamente, porque aceptar
que dios cambia es como reconocer que no existe. Todavía parece ser
más difícil aún, admitir como cultura, que muchos de los cambios
que han experimentado las caracterizaciones históricas de los
dioses, han sido espoleados por la producción de conocimientos
científicos.
Cuando
escribo dios con minúscula y lo defino como una hipótesis que se
abandona, me refiero a todos los dioses, vivos o muertos, así como a
cualquier sistema metafísico, libro sagrado, autoridad imaginaria,
planteamiento especulativo, y sus variaciones culturales en el
tiempo. No me limito a los dioses de las principales religiones
monoteístas, aunque los tome de ejemplo, por lo que el uso de la
mayúscula si algo, restringe el alcance de mis planteamientos. Retar
el convencionalismo de escribir dios con mayúscula tiene la virtud
adicional de provocar en algunos lectores una respuesta espontánea
que suele ser reveladora. Cuando nos corrigen con toda la seguridad
del mundo haber escrito dios con minúscula, manifiestan un vínculo
personal con la tradición religiosa que de otra manera hubiera sido
invisible. La corrección, además, demuestra la necesidad que aun
tenemos, de debatir los principios religiosos que, muchas veces,
pasan como certezas, amarrados a diferentes costumbres y tradiciones.
- La
descreencia
En
el primer diccionario de la RAE, que se empezó a publicar en 1726,
dios, además de aparecer escrito con mayúscula, se definió
incluyendo el detalle de que existía. Así mismo, quedó establecido
en el texto impreso, que el Papa tenía el título de “Vice-Dios”.
En los diccionarios contemporáneos a este ensayo, como era de
esperarse, el Papa ya no se menciona entre las definiciones de la
divinidad, pero tampoco dios se escribe con mayúscula, ni se anota
que existe. Estas son señas claras de la secularización histórica
de nuestra cultura, pero no necesariamente ayudan a explicar el
proceso, ni hacen visible el rol que jugó en él la ciencia que
abandonó la hipótesis de dios.
Mi
propuesta investigativa sostiene como premisa general que la ciencia
que se empieza a definir como materialista al menos desde el siglo
XVI, es decir, la que se basa en la experimentación, la evidencia,
el escrutinio de los pares y la aplicación rigurosa de un método,
tiene como uno de sus elementos fundamentales el abandono de la
hipótesis de dios. Entiendo, asimismo, que esa cualidad de la
ciencia ha promovido la secularización de las culturas dominantes de
occidente. Plantear que la ciencia promueve la secularización de las
culturas no constituye una novedad, ha sido expresado de esa forma
antes, pero, la historia de ese proceso no se había contado. Mi
trabajo es precisamente, un intento por comenzar a narrar esa
historia en la cultura hispana, como una cualidad intrínseca de la
ciencia en desarrollo.
El
abandono de la hipótesis de dios en una cultura, además de por su
producción científica, se puede medir por su trato al ateísmo. El
término ‘ateísmo’, usado para referirse a la descreencia en
dios, aparece también en el primer diccionario de la lengua
española, aunque su uso se remonta a la Grecia presocrática y se
encuentra en la literatura hispana al menos desde el siglo XVI. En
los diccionarios concurren “atheos”, “ateísta” y “atheísmo”,
manteniendo en la ortografía las señales de sus orígenes griegos:
a-theos (sin dios). Estas palabras se escribieron conservando la
referencia al sonido de la “theta” (θ) hasta entrado el siglo
XIX. La definición de ateísta incluyó, además, la cualidad de
impío o necio (“ignorante” o “el que no sabe”), por la misma
razón que dios tenía como parte de su definición las cualidades de
“…primer y supremo Ente necessario [sic], eterno y [sic]
infinito…” (2)
La
Inquisición Española (1478-1834) identificó el ateísmo temprano
en su fundación y los intelectuales cristianos lo definieron con
claridad, vinculándolo a la tradición materialista griega que
incluyó al atomismo de Demócrito (460 a. C. – 370 a. C.), la
filosofía de Epicuro (341 a. C. – 270 a. C.) y la de Sócrates
(470 a. C. – 399 a. C.). Más tarde se convirtieron en ateos
emblemáticos, tanto en la cultura inglesa como en la hispana, el
filósofo nacido en Ámsterdam, Baruch Spinoza (1632-1677) y Voltaire
(1694-1778) nacido en París. La cultura cristiana fue sin duda una
de las primeras en definir el ateísmo formalmente, incluyendo su
relación con el materialismo, como lo demuestra Jerónimo Gracián
de la Madre de Dios (1545-1614) cuando en 1611, publicó un tratado
dedicado exclusivamente al “miserable estado de los ateístas” en
su tiempo.(3) Jerónimo Gracián asoció el ateísmo con Ámsterdam,
el capitalismo mercantilista y la filosofía griega. La inquisición
perseguía con prominencia a los practicantes de religiones no
católicas, pero siempre reservó un espacio especial para la
descreencia de los ateístas descritos como los que negaban la
existencia de dios y la inmortalidad del alma desde premisas
materialistas.
Los
ateos fueron definidos propiamente por el poder religioso hispano que
germinó en el humus de las guerras de cristianos contra musulmanes y
judíos, en la península Ibérica, durante el siglo XV. Los
intelectuales católicos que describieron con precisión el ateísmo
fueron devotos de una tradición que usó como excusa la descreencia
en el dios católico para esclavizar a los pobladores de las regiones
conquistadas en África. La bula Dum Diversas (1452) y la bula
Romanuse Pontifex (1455) del Papa Nicolás V (1397-1455), por
ejemplo, pretendían ser autorizaciones que le otorgaba el Vice-Dios,
al reino de Portugal, para que esclavizara a todos los infieles,
paganos, incrédulos y “sarracenos” (musulmanes) que
encontraran.(4) Los no-católicos, entendidos como pecadores, además
de ser objeto de persecución y castigo, se clasificaron como judíos,
musulmanes, protestantes (en sus diferentes denominaciones), herejes,
impíos, paganos, incrédulos y ateos. El “atheísmo”, como una
forma especial de la descreencia, y como término usado en la
literatura impresa por la cultura intelectual hispana, e inglesa, es
una categoría de pecado independiente, al menos desde el siglo XVI.
En
1550, Virgilio Polidoro (1470 – 1555) denunció el ateísmo de las
tradiciones filosóficas griegas, como amenazas al cristianismo. Así
describió a Epicuro, a Protágoras (490 a. C. – 420 a. C.), y a
Theodoro Cirenaico (340 a. C. – 250 a. C.), como filósofos que no
creían en dioses. De Diágoras de Melos (siglo V a. C.), dijo:
“…llamado atheo por sobre nombre (porque ningún dios admitía)”.5
Diágoras, en otros textos posteriores aparece mencionado simplemente
como el “Atheo”.(6) Polidoro también citó a Lucrecio (99 a. C.
– 55 a. C.) y a Virgilio (70 a. C. – 19 a. C.) para acusarlos de
promover a un dios que al igual que el de Epicuro, no se involucraba
con el mundo.
En
1588, Cipriano de Valera (1532-1602) español protestante que después
de Casiodoro de Reina (1520-1594) produjo una de las primeras y más
populares traducciones de la Biblia al castellano (1602), esgrimió
el concepto de “atheísta” como una espada. Lo definió como
“hombre sin ningún dios, ni religión”, “que ni pensó haber
cielo, ni infierno tras esta vida” y “que tiene por fábula la
historia del evangelio”(7). Todo lo dijo para referirse a los papas
católicos, a quienes también llamó anticristos, pero cuando
escribía el incumbente era Sixto V (1521-1590).
Desde
el siglo XVI se describe al ateo, al ateísta y el ateísmo con
precisión, pero nadie hubiera podido declararse abiertamente como
tal y preservar su vida o mínimamente su libertad. Que la censura
convirtiera en pecado mortal la identidad del ateísta no es prueba
de su existencia tampoco. Pese a ello, la definición que le dio la
cultura católica dominante sentó las bases para encontrar a ese
individuo y a su comunidad imaginaria con el tiempo, porque entre
muchas otras razones, solo pueden existir ateos en una cultura que
quiera imponer la creencia en dioses.
Lucilio
Vanini (1585-1619) es, sino el primero, el más citado de los
individuos acusados y condenados por ateísmo en la cultura católica.
En 1619 al médico, naturalista y librepensador se le imputó
pervertir a la juventud y ser ateísta, como había ocurrido con
Sócrates en Grecia, alrededor de 400 años antes de Cristo. La
historia del castigo ejemplar de Vanini, quien pensaba que los
humanos compartían ancestros con los demás simios, y fue autor de
De admirandis naturae…,(8) se repitió por siglos en la literatura
hispana como un escarmiento, se copiaba casi idéntica, generación
tras generación. A Vanini le colocaron un letrero que decía:
“Ateiste et blasphemateur du nom de Dieu”(9), le cortaron la
lengua, lo colgaron, y finalmente lo quemaron en una hoguera. Le
confiscaron todas sus riquezas y le hicieron confesar que fue parte
de un grupo de ateos que se había propuesto propagar la descreencia
por el mundo.(10) El llamado de los administradores del poder fue
parte crucial en la creación del sujeto ateísta, porque el término
se usó literalmente para sujetarlo: asirlo, doblegarlo,
escarmentarlo, o disuadirlo de expresarse libremente, según fuera
necesario. El ateísta, como otras identidades culturales, no se
definió a sí mismo. Asumió la identidad que ya le tenía
bosquejada la autoridad religiosa como antagonista. Hasta el momento,
la comunidad cristiana es la primera, en la cultura hispana, en haber
dejado evidencia impresa en donde se explica cómo el ateísmo se
relacionaba a la ciencia y cómo esto podía hacer caer el andamiaje
ideológico que justificaban los privilegios del Papa y el Rey.(11)
En
1548, en la Bibliotheca Eliotae publicada por Thomas Berthelet,(12)
aparece una de las primeras menciones al ateísmo que he podido
ubicar en la obra impresa por la cultura inglesa. Esta incluía en su
definición la palabra “infidel” que se traduce al español como
infiel, y significa “aquel que no tiene fe”.(13) Al infiel se le
veía como a un traidor de la “fe verdadera”, que en ese momento
se entendía como una forma de conocimiento: “…una especial y
sobrenatural lumbre del Espíritu Santo, infundida en el
entendimiento del Cristiano…”.(14) En la edición del 1583, de
la Bibliotheca Eliotae, ya no se usa “infidel” para definir a los
ateos, pero las razones para el cambio al momento me son
desconocidas.
En
la cultura hispana el “atheísmo” incluyó la incredulidad y la
ignorancia, como parte de su definición hasta finales del siglo XIX.
En 1884 el diccionario de la RAE todavía definía el ateísmo como:
“Opinión impía de los que niegan la existencia de Dios”. El
término aparece a través de miles de libros desde el siglo XVI, y
entre otras cosas revelan su relación histórica con la ciencia
porque para la cultura cristiana dominante la ciencia era una
filosofía materialista que conducía al ateísmo. Más adelante, en
el siglo XVIII se acuñó incluso el término “Spinozism”, para
referirse al panteísmo como ateísmo.(15)
Del
ateo conceptualizado como una expresión del pecado y como
antagonista del poder, es que salen las bases para lo que será la
identidad ateísta como afirmación comunitaria que se empezará a
definir a partir del siglo XIX en la cultura intelectual de
occidente, pero igualmente para su ubicación irreductible bajo las
filas del materialismo científico en el XX y XXI. Definirnos como
ateístas todavía carga con mucho del estigma histórico, por lo que
continúa siendo bastante peligroso. En más de una docena de países
islámicos todavía ser ateo es causa para la pena de muerte. En
muchas otras partes se ha dejado de perseguir abiertamente la
descreencia, pero aún se margina cuando se desestima el reclamo del
ateísmo cultural, o asumen la tradición cristiana como un consenso.
Esto ocurre en parte, porque no se ha reconocido todavía o cuando se
reconoce se encubre, que la ciencia ha desplazado con su éxito la
hipótesis de dios, en incontables espacios culturales. Por lo mismo,
aspiro a promover con el balance histórico que hago sobre la ciencia
y su descreencia, que no será rápida proveyendo certezas, o su
comunidad perfecta, pero funciona mejor que la religión, al momento
de administrar recursos y organizar esfuerzos colectivos.
-
La ciencia atea
Todavía
en la mayoría de los debates relacionados al sexo, derechos
reproductivos y roles de género, por dar solo algunos ejemplos, se
insiste en defender la tradición o la costumbre, predominantemente
cristiana, por sobre la evidencia científica. Se asume la autoridad
de la cultura religiosa por encima de la prueba, y hasta de las
prácticas generalizadas por las personas, cada vez que alguien
siente la urgencia de llamarle al sexo consentido o a la expresión
de género que se prefiera enarbolar, una perversión, un desvío
antinatural, una enfermedad, o un pecado. La resistencia a los nuevos
postulados sexuales o a los roles que han reclamado las mujeres entre
otras comunidades oprimidas, por más de un siglo, tienen una
importante raíz en la definición del sexo que han leído los
administradores históricos del poder en la Biblia. Cuando se les
prohíbe el cambio a las prácticas culturales relacionadas al sexo y
a los roles sociales que proponen, se empuja el colectivo a la
violencia y se promueve la inestabilidad social.
La
ciencia por otro lado es consciente del cambio como parte central de
la existencia comunitaria y si bien produce teorías e imagina leyes,
persigue partículas indivisibles y se impone la meta de descubrir
cómo nace un universo, respeta la diversidad y habita en el foco
mismo de las transformaciones culturales. El cambio de la ciencia es
su historia, pero también la nuestra, y cuando habla de dios es solo
para derrotarlo. En su trayectoria ha producido de todo, incluso,
comunidades que han empezado a plantearse lo que podría definirse
como una vida eterna secular cuando aspiran a curar la muerte, a
superarla sin el cuerpo, o cuando tratan el envejecimiento como una
enfermedad.(16) ¿Cómo pasamos de la vida eterna del alma a la
posibilidad de sobrevivir la muerte, sin tener que hablar de dios? Mi
objeto de estudio es precisamente, las transformaciones que causa en
la humanidad el conocimiento basado en la evidencia que se va
acumulando gracias al trabajo de sus comunidades históricas. Porque
entre los cambios culturales que provoca la ciencia, cambios de
paradigma como diría Thomas Kuhn (1922 – 1996), es que se
encuentra la posibilidad de un ateísmo que no solo existe como la
negación de los dioses, sino también como la afirmación de las
hipótesis materialistas.
El
tema del abandono de la hipótesis de dios, en su forma más simple
se refiere a toda aquella instancia cultural en donde una explicación
derivada de observaciones objetivas sustituye la idea de dios. En mi
trabajo de investigación ilustro este proceso con varios ejemplos,
pero me parece paradigmática la historia de la inoculación de la
viruela. En resumen las primeras campañas de inoculación de la
viruela a principios del siglo XVIII en la cultura inglesa
promovieron la secularización porque derrotaron todas las objeciones
religiosas al procedimiento. La cultura religiosa se negaba a la
inoculación, un método precursor de la vacuna descubierta en 1798
por Edward Jenner (1749- 1823), porque entendía que la viruela (y
las enfermedades en general) era una de las formas en que dios
administraba los castigos en la Tierra. Remediar la viruela era
considerado retar a dios. Por lo tanto, la comunidad científica que
promovió la inoculación secularizó con su éxito la cultura,
porque consiguieron que dios ya no postulara entre los discursos
relacionados con la enfermedad.
Si
bien se intuye el abandono de la hipótesis de dios en la ciencia
desde el siglo XVII y más tarde se habla del ateísmo y de la
“teoría de la secularización” como producto de la modernidad,
asociándolo con Mijael Bakunin (1814-1876), Carlos Marx (1818-1883),
y Max Weber (1864-1920), entre otros intelectuales europeos y
decimonónicos, no había sido un asunto que la historia occidental
hubiera podido abordar, porque entre otras razones no existió una
identidad comunitaria e independiente que la encarnara, al punto de
necesitar hacer su genealogía, hasta finales del siglo XX.
En
Boston, EE. UU., surgieron varios movimientos efímeros en el siglo
XIX que se declararon ateístas, en el contexto de candentes luchas
de Poder con los evangélicos del avivamiento.17 Pero en la mayoría
de los casos cuando las instituciones religiosas dejaron de tratar de
imponerse por la fuerza, ya no fueron necesarios sus esfuerzos
secularistas y desaparecieron del ojo público dejando rastros en la
prensa, y en algunas leyes. Incluso en Puerto Rico, Nemesio Canales
(1878-1923) llegó a identificarse como ateo a principios del siglo
XX, dentro de una comunidad imaginaria más amplia, que se
autodenominó librepensadora. Sin embargo, el ateísmo de Canales
estaba, más que por sus reflexiones científicas, motivadas por su
lectura del socialismo, sus posturas anticlericales y la libertad de
culto impuesta tras la invasión estadounidense. La identidad de
científico ateísta no se galvanizó hasta finales del siglo XX,
pero siempre ha ido de polizonte en la nave histórica de la ciencia.
Han
existido marxistas ateístas, anarquistas ateístas, feministas
ateístas, activistas afroamericanos y de la comunidad LGBTTQ plus
que fueron ateístas, pero apenas hubo quienes se identificaran con
el ateísmo producido por la ciencia hasta la década de 1990. En
esta fecha despunta el ateísmo científico con una serie de
intelectuales que comparten muchos objetivos generales sin haberse
puesto de acuerdo y que algunos han agrupado bajo la consigna del
Nuevo Ateísmo. En conjunto, los intelectuales reaccionaban a
tendencias culturales anticientíficas motivadas en gran medida por
el reavivamiento religioso que se disparó con fuerza a finales del
siglo XX. Este reavivamiento respondía en parte a la caída del
Bloque Comunista, emblemático bastión ateísta por casi un siglo,
que sufre su primer gran embate con la caída del Muro de Berlín en
1989. El derrumbe de los estados comunistas representó una apertura
a los nuevos mercados capitalistas, en donde tomaron un papel de
vanguardia las iglesias expansionistas. Los ateístas reaccionaron
intelectualmente al ambiente triunfalista de las religiones
capitalistas y entre otras cosas, empezaron a explicar el
conocimiento histórico producido por sus respectivas disciplinas haciendo explícito que las ideologías religiosas han sido objetoras
históricas de la ciencia. Entre estos intelectuales destacan Richard
Dawkins (1941), Howard Bloom (1943), Christopher Hitchens
(1949-2011), y Sam Harris (1967), entre otros. Stephen Hawking
(1942-2018) se une a la tendencia de forma sobresaliente cuando en su
libro The Grand Design (2010), hace explícita su postura de que el
universo no necesita de un creador. Del físico británico tomo,
además, la idea de la ciencia como un ejercicio intelectual que
descarta la hipótesis de dios.
Una
de las principales conclusiones de mi trabajo, sería que la
secularización cultural es visible al menos en la obra producida por
los miembros de las élites económicas hispanas, a partir del siglo
XVIII. Esto incluye textos creativos, material impreso por
corporaciones privilegiadas de accionistas, revistas y libros
publicados por la comunidad médica, en especial la relacionada a la
inoculación de la viruela, así como la propaganda impresa de las
juntas revolucionarias durante la guerra de independencia española
entre 1808 y 1812. Mi acercamiento secularista debate con muchos
elementos de nuestras tradiciones historiográficas, pero entre ellas
disfruto enfatizar que se puede demostrar que la cultura hispana que
promovió las primeras versiones de una identidad imaginaria
arraigada al territorio de Puerto Rico y que incluso usó por primera
vez el gentilicio de “puertorriqueños” en la obra que imprimió,
contó con importantes elementos secularistas.
Cuando
finalicé mi presentación en la universidad de Roma, rompió el
silencio uno de los presentes, para decir que la ciencia se ha
convertido en una nueva religión. En el marco de un espacio
académico de ese nivel, la expresión me resultó burda y simplista,
pero puedo entender que se haya dado como un reflejo defensivo. La
ciencia no puede ser una religión, riposté, porque no acepta como
respuesta a dios. La ciencia, además, tiene con su método, un
sistema de operación bastante flexible y no una verdad absoluta. El
método incluye la verificación comunitaria de los postulados que se
presenten al foro con evidencia objetiva y se orienta por el
cuestionamiento constante. La comunidad científica también parte de
la premisa de que solo basta un contraejemplo para descartar una
teoría y por lo mismo, entiende que toda certeza es contingente.
Contrario
a las religiones, en donde se veneran ideas inmutables y hay cierto
orgullo en no cambiar, la ciencia se debe ver como un modelo para el
reto constante del status quo y sus autoridades. Porque depende de la
rebeldía suficiente como para enfrentar la tradición y no aceptar
nada por fe, aunque se inculque con violencia. Para finalizar,
quisiera subrayar que mi investigación permite argumentar con
evidencia un asunto adicional que me parece urgente exponer. La
ciencia nos ayuda a descartar la hipótesis de dios en la cultura, y
cuando dios pierde relevancia e influencia, las instituciones
religiosas que lo representan quedan expuestas como groseros esquemas
cleptocráticos de los que deberíamos prescindir.
Octubre,
2024.
Notas:
1Real
Academia Española, Diccionario panhispánico de dudas (Madrid:
Espasa, 2005), s.v. «Dios.»
2Real
Academia Española, Diccionario de Autoridades (1726-1739):
https://apps2.rae.es/DA.html
3Jerónimo
Gracián de la Madre de Dios, Diez lamentaciones del miserable estado
de los ateístas de nuestro tiempo, Edición, introducción y notas
de Emilia Navarro de Kelley (Alicante: Biblioteca Virtual Miguel de
Cervantes, 1999)
https://www.cervantesvirtual.com/nd/ark:/59851/bmckw5b1
4Romanus
Pontifex (Granting the Portuguese a perpetual monopoly in trade with
Africa) January 8, 1455:
https://www.papalencyclicals.net/nichol05/romanus-pontifex.htm
5Polidoro
Virgilio, Libro de Polidoro Vergilio, que tracta de la inuencion y
principio de todas las cosas: agora nueuame[n]te traduzido y
trasladado en lengua castellana para nuestra doctrina y exemplo… y
dirigido al illustrissimo Senor Don Luys Christoual Ponce de Leon …
por Francisco Thamara catedratico en Cadiz interprete y recopilador
desta obra (en casa de Martin Nucio, 1550).
6Marek
Winiarczyk, Diagoras of Melos: A Contribution to the History of
Ancient Atheism. (Berlin, Boston: De Gruyter, 2016):
https://doi.org/10.1515/9783110448047
7Cipriano
de Valera, Dos tratados. El primero es del Papa y de su autoridad. El
segundo es de la misa (Londres: Ricardo del Campo, 1588), 182, 259,
275:
https://www.google.com.pr/books/edition/Dos_tratados_El_primero_es_del_Papa_y_de/FvfjRGQZcnoC?hl=en&gbpv=1&dq=%22atheista%22&pg=PA183&printsec=frontcover
8Versión
digitalizada del libro en latín, aquí:
https://play.google.com/books/reader?id=YnE5AAAAcAAJ&pg=GBS.PA32&hl=en
9“Ateísta
y blasfemo del nombre de Dios” (mi traducción) Constance E
Plumptre, “Lucilio Vanini.” Chapter. In General Sketch of the
History of Pantheism, 367–95. Cambridge Library Collection –
Religion. (Cambridge: Cambridge University Press, 2011).
10Benito
Jerónimo Feijoo, Teatro critico universal: Ó discursos varios en
todo género de materias, para desengaño de errores comunes.
(Madrid: Imprenta real de a Gaceta, 1765), 207.
11Fernando
de Zevallos, La falsa filosofía o el deísmo convencido de crimen de
estado. Tomo VII (Lisboa: Oficina de Juan Procopio Correa da Silva,
1801), 13.
12D.
T. Starnes, “THOMAS COOPER AND THE ‘BIBLIOTHECA ELIOTAE.’”
The University of Texas Studies in English 30 (1951): 40–60.
http://www.jstor.org/stable/20776028.
13Thomas
Berthelet, Bibliotheca Eliotae (1548): <
https://acortar.link/i3w5Es >
14https://apps2.rae.es/DA.html
15“…la
doctrina de Spinoza; o, ateísmo y panteísmo propuestos a la manera
de Spinoza.” (Mi traducción). Ephraim Chambers, Cyclopædia: or,
an universal dictionary of arts and sciences; F.R.S. The seventh
edition corrected and amended vol 2 (1751).
16Amenazo
con discutir estos temas en otro turno. Ver Laura D. Herndon, «The
Ethics of Immortality: Biogerontology and the Challenge of Prolonging
Life,» Hastings Center Report 38, no. 3 (2008): 35-45 y Aubrey de
Grey y Michael Rae, Ending Aging: The Rejuvenation Breakthroughs That
Could Reverse Human Aging in Our Lifetime (New York: St. Martin’s
Press, 2007).
17James
Rogers, “Preaching Unbelief: Freethought in Boston, 1825–1850”
(Disertación doctoral, University of New Hampshire, 2013).
Fuente:
https://claridadpuertorico.com/y-de-donde-salen-los-ateos/