Nota Inicial:
La presente publicación fue escrita y elaborada por un colaborador y amable lector de este Blog. Este artículo NO fue escrito por el habitual escritor y responsable de este sitio Noé Molina. (*)
Religión versus tecnología y ciencia
Un enfoque histórico y actual
(Parte II)
El controvertido tema de la disección de cadáveres humanos
La expansión de las tres grandes religiones monoteístas (cristianismo, judaísmo, islamismo) por occidente, significó un retraso en los avances de la disección para la medicina. Para esas religiones el hombre es una creación especial de Dios y, por tanto, la disección es una profanación de la obra divina. El hacerlo era considerado sacrilegio. La ciencia hizo caso omiso de estas restricciones, pero hasta fechas bastante recientes, las disecciones tuvieron que ser clandestinas (Revista Venezolana de Información, Tecnología y Conocimiento, 6(1), 2009, pp 115-131). Sobre la magnitud y el alcance de estas restricciones dogmáticas hay opiniones disímiles. Tal vez el trabajo más esclarecedor sobre este tema sea el del Profesor Oscar Ignacio Lossetti, publicado por la Academia Nacional de Ciencias de Argentina: "La autopsia: un ensayo sobre su evolución histórica desde los comienzos en la antigüedad hasta el final del siglo XIX":
(https://www.ciencias.org.ar/user/LA%20AUTOPSIA%20EVOLUCI%C3%93N%20HIST%C3%93RICA.pdf).
Según Lossetti, para las disecciones o primitivas autopsias, las motivaciones religiosas determinaron fuertemente las conductas al respecto, y las rigieron durante muchísimo tiempo. Los condicionamientos teológicos hicieron que las investigaciones iniciales tuvieran lugar solo sobre cadáveres animales. En los primeros siglos del Cristianismo, desde el punto de vista doctrinario no se prohibió ni se favoreció la disección y la autopsia. Pero tanto Tertuliano (160-230) como San Agustín (354-430), se oponían firmemente a dichas prácticas argumentando razones estéticas y sobre todo religiosas. El Judaísmo ya sostenía que no debe tocarse un cuerpo hecho a imagen y semejanza de Dios. Por el contrario, en la Baja Edad Media, hasta casi mediados del siglo XV, existen episodios bien documentados que denotan ciertos progresos en relación con la disección post-mortem. Pero también en este periodo tienen lugar fuertes injerencias por parte del papado como poder político, además de su posición religiosa, y la disección post-mortem no escapará a sus alcances. En el Concilio de Tours (1163), una de las conclusiones fue “el aborrecer la sangre”, en el sentido de no derramarla (¡en acciones no justificadas religiosamente, por supuesto!), lo cual derivó en un cierto prurito respecto de la práctica de cirugías, disecciones y autopsias.
El filósofo inglés Roger Bacon (1220–1294) preconizó la ciencia experimental por oposición a la escolástica y, conjuntamente con Arnold de Villanova (1235 –1312), recomendaron el estudio de los cadáveres y la disección. Se toparon con una fuerte oposición religiosa que derivó en el encarcelamiento de Bacon en 1277. En 1299, el Papa Bonifacio VIII promulga la bula Detestande feritatis (“De crueldad detestable”), que prohibía una práctica funeraria de los nobles europeos que morían en las cruzadas en Jerusalén y Medio Oriente y que querían ser enterrados en Europa. Para facilitar el traslado del cadáver por miles de kilómetros, se desmembraba el cuerpo hirviéndolo por partes para separar la carne de los huesos, llevándose solo estos de vuelta a Europa. Esto, por extensión, se asumió erróneamente como prohibición para la práctica de cualquier disección o autopsia. Los médicos y los estudiantes de las Universidades de Montpellier, en 1374, y de Lérida, en 1390, reciben oficialmente la autorización para la disección de cadáveres humanos por medio de sendas bulas papales. A fines del siglo XV y comienzos del XVI, el progreso del pensamiento científico dará paso a la investigación y a los descubrimientos que derribarán barreras dogmáticas. En esos tiempos, la postura religiosa papal comienza a variar. En 1480, el Papa Sixto IV otorga un permiso provisorio (praecarius permissionis) a los médicos de las Universidades de Bologna y de Padua para estudiar cadáveres humanos por disección y con motivos de autopsia (transcurrieron más de 100 años desde la bula papal otorgada a la Universidad de Montpellier). Un hito fue marcado por el médico florentino Antonio Benivieni (1443 –1502) quien reportó su labor de investigación sobre 110 casos clínicos y 15 autopsias de ellos. Su trabajo fue recopilado y se publicó en 1507 en latín: De abditis nonnulis ac mirandis morborun et sanatationum causis ("Sobre algunas causas oscuras de las enfermedades y curaciones"). Otro de los progresos está dado por un hecho religioso. El Papa Clemente VII en 1531 otorga la autorización definitiva (sustituyendo el permiso provisorio de Sixto IV) a médicos y estudiantes de las Universidades de Bologna y de Padua, para la realización de disecciones y autopsias de cadáveres humanos, lo cual les quita el peso agobiador de la oposición religiosa. Dicha autorización se extendió rápidamente a todo el orbe científico bajo influencia católica. Sin embargo, la aceptación no fue automática y persistieron muchas actitudes de resistencia del clero al decreto papal. La principal residía en que aún no se tenía seguridad plena sobre el “locus almae”, es decir, el sitio anatómico donde se encontraba el alma humana y que obviamente debía ser respetado. La finalización de las limitaciones católicas a la autopsia surge en 1556 cuando los religiosos y científicos de la Facultad de Teología de la Universidad de Salamanca, luego de años de estudios y análisis de pruebas y manifiestos, y respondiendo a una solicitud de Carlos V, se expiden en el sentido que “la disección y autopsias de cuerpos humanos sirve a un fin útil y es permisible su práctica a los cristianos de la Iglesia Católica”. El texto fue puesto a consideración del Papa Pablo IV que lo aprobó ("El sistema linfático", Jean-Claude Ferrandez, Editorial Médica Panamericana, 2006).
Sin embargo, otras versiones documentadas son más radicales, y sostienen que desde la caída del Imperio romano hasta el siglo XIII, las autopsias fueron prohibidas por la Iglesia católica, lo que impedía a los galenos abrir cuerpos humanos para determinar la causa de su muerte. Las razones esgrimidas por la Iglesia tenían su base en las palabras de los apóstoles. Según San Juan, Jesús comparó su cuerpo con un templo. Y San Pablo, en sus cartas al pueblo de Corinto, les preguntó: “¿No sabéis que sois templo de Dios y que el espíritu de Dios mora entre vosotros? Si alguno destruye el templo de Dios, Dios le destruirá a él. El templo de Dios, el cual sois vosotros, es santo”. Es decir, para que nos entendamos, el cuerpo humano era el templo en el que moraba el alma y aunque, cuando alguien moría, el alma se había marchado, eso no restaba para que el cuerpo siguiera siendo sagrado. Así, todo contacto invasivo con cadáveres se consideraba un pecado cercano a la herejía. Si se deseaba diseccionar algún cadáver humano, era necesaria la autorización del vicario pontificio, hecho que se dio en contadas ocasiones. Pero la prohibición no detuvo la curiosidad científica: los robos de tumbas se hicieron tan habituales en Italia y Francia, que pronto la Iglesia dispuso de un pelotón de vigilancia en los cementerios, amenazando con la excomunión a los autores. Aún así, la profanación de criptas y lugares de reposo fúnebre siguió ocurriendo con la suficiente frecuencia como para resultar un crimen corriente, amparado por la complicidad de artistas y científicos de renombre. Muchas crónicas de la época muestran que gran cantidad de catedráticos y cirujanos utilizaban el robo de tumbas como forma de obtener cadáveres para disecciones clandestinas.
Alrededor de 1508, Leonardo Da Vinci comienza con sus trabajos de disección de cuerpos humanos. Antes había practicado con animales. Jorge Salas, curador de la actual exposición internacional itinerante “Da Vinci, la exhibición” señaló: “Recordemos que en ese tiempo el Vaticano denunciaba cualquier práctica profana, tal como el corte de cuerpos. Consideraban el trabajo de Leonardo como brujería y herejía”. El maestro florentino logró conseguir unos permisos con las autoridades en Milán, ciudad que no estaba tan dominada por la Iglesia católica y otorgaba consentimientos a algunos médicos de la época. Consiguió varios cuerpos en hospitales y cadáveres de criminales ajusticiados no reclamados por sus familiares, lo cual le permitió el minucioso trabajo de registro y dibujo del cuerpo humano que hoy conocemos. En 1513 la Santa Sede le prohibió a Da Vinci seguir con estas prácticas científicas. El Papa León X, que no autorizaba la disección de cadáveres pero que tenía muy buena relación de amistad con el florentino, le perdonó la vida con el compromiso que no desarrollara más trabajos con cadáveres.
Uno de los primeros países en liberarse del dogma católico y su rígida normativa sobre la manipulación post mortem, fue Inglaterra. En el año 1506 el Rey Jacobo IV de Escocia concedió mecenazgo y protección a la Compañía de Barberos y Cirujanos, lo que le permitió llevar algunas prácticas básicas de disección sobre animales que fue ampliamente criticada por Roma. Cuando el Reino Británico se separó de Roma en 1534, debido al conflicto del Rey Enrique VIII con el Vaticano, la influencia católica sobre el territorio desapareció casi por completo. En 1542, el Parlamento Británico permitió por primera vez una disección pública de cadáveres por motivos científicos: los cuerpos de cuatro condenados a muerte fueron entregados a la Compañía de Barberos y Cirujanos. El uso de cadáveres para fines médicos se autorizó si un voluntario lo decidía al morir o si los cuerpos de los ejecutados no eran reclamados, pero solo para las Universidades y centros educativos que enseñaran las técnicas médicas.
También la cirugía era vista con malos ojos por la jerarquía católica, que la consideraba algo sucio, indigno y pecaminoso. Se prohibió que los religiosos médicos realizaran operaciones. Tal tarea degradante fue reservada a los barberos. Los principales avances en esta materia no se dieron en Europa, sino entre los árabes que permitían la cirugía sin las restricciones de la Iglesia católica. Fue alrededor del Renacimiento cuanto por fin la cirugía pudo despegar y desarrollarse en Europa.
Si bien las opiniones de los estudiosos están divididas en cuanto a la existencia de una prohibición radical de estas prácticas, lo menos que se puede decir es que las máximas autoridades eclesiásticas no veían con buenos ojos la disección de cadáveres humanos.
Dos cosas poco conocidas: las vacunas y la zurdera
¿Dios no quiere que te vacunes...?
Se atribuye al Papa León XII la cita: "Quienquiera que recurre a la vacuna deja de ser hijo de Dios... La viruela es un juicio de Dios y la vacuna es un desafío lanzado al cielo". Algunas páginas católicas (2) sostienen que esto es una calumnia, un invento malicioso contra la Iglesia, que no hay constancia de una prohibición por León XII. Otra página (https://maxbero12.blogspot.com/2019/06/el-nombre-de-dios.html) sostiene que la cita es cierta. Y principalmente G. S. Godkin, en su libro Life of Victor Emmanuele II (Macmillan & Co., Londres, 1880) escribe: Leon XII fue un fanático feroz, cuyo objeto era destruir todas las mejoras de los tiempos modernos y forzar la sociedad hacia el Gobierno, la costumbre y las ideas de días medievales. En su ira absurda contra el progreso detuvo la vacunación; en consecuencia, la viruela devastó las provincias romanas durante su reinado, junto con muchos otras maldiciones que su ignorancia brutal trajo sobre los habitantes de esas hermosas y fértiles regiones.
Pero aparte de este hecho puntual, del que mis investigaciones no me permiten aportar más datos, muchos curas y obispos se quejaron de las vacunas. Hace doscientos años Carlos IV mandó a América la "Real Expedición Filantrópica de la Vacuna" (1803-1806), con el objeto de difundir la vacuna de la viruela (enfermedad mortal, hoy erradicada), al mando del Dr. Francisco Javier de Balmis (1753-1819), médico y cirujano militar español. Respecto a la reacción del clero frente a esta expedición también hay dos bibliotecas: algunos historiadores y médicos sostienen que el clero en América apoyó la vacunación y colaboró activamente en su ejecución y difusión, otros dicen que el clero habló de abominación y de intervención pecaminosa en los designios del Señor. Tal vez haya algo de verdad en las dos posiciones. Sin embargo, existe documentación muy clara sobre fuertes oposiciones en esa época a la vacunación contra esa enfermedad, por parte de autoridades religiosas. Valga el ejemplo citado por Christopher Hitchens en el 2007:
"Timothy Dwight (1752-1817), Rector de la Universidad de Yale, ministro protestante y uno de los teólogos más respetados de los Estados Unidos, se opuso a la vacunación contra la viruela porque la consideraba una ingerencia en los designios de Dios. Y esta mentalidad todavía se encuentra muy presente, mucho tiempo después que haya desaparecido su pretexto y justificación en la ignorancia humana".
Pero dejemos la historia y aboquémonos a nuestros días. ¿Qué piensa la Iglesia católica sobre las vacunas? No renuncia al dogma, solo acepta lo que no va contra él. Veamos. Las objeciones religiosas a las vacunas se basan por lo general en: (1) los dilemas éticos relacionados con el uso de células de tejidos humanos para crear vacunas, y (2) creencia de que el cuerpo es sagrado y que no debe recibir ciertos químicos, sangre o tejidos de animales, y que debe ser sanado por Dios o por medios naturales. La Iglesia actual afirma que sus feligreses deben buscar alternativas a las vacunas producidas usando líneas celulares derivadas de fetos abortados (Moral reflections on vaccines derived from cells derived from aborted fetuses. The National Catholic Bioethics Quarterly. 2006;6:541-549). Los científicos cristianos no tienen una política formal contra las vacunas, pero en general confían en la oración para sanar; creen que las intervenciones médicas, que podrían incluir a las vacunas, no son tan necesarias (Science and Health with Key to the Scriptures, Mary Baker Eddy, distribuido por The Christian Science Publishing Society Boston, Massachusetts, USA (último copyright en 1936), www.ChristianScience.com).
Como consecuencia de estas premisas, en muchos estados y países se permite que las personas soliciten exenciones religiosas a las vacunas obligatorias, arriesgando la salud de todos. Las exenciones a las vacunas por motivos religiosos han aumentado en años recientes. Algunos ejemplos de los muchos que hay. En 1990 en Filadelfia surgió un brote importante de sarampión entre niños en edad escolar sin vacunar que eran feligreses de dos iglesias fundamentalistas, las cuales confiaban en la oración para sanar y se oponían a las vacunas. En 1994 surgió un brote de sarampión en una comunidad de la Ciencia Cristiana que objetaba la vacunación y, más recientemente en 2005, otro brote de sarampión surgió en Indiana entre los miembros de una comunidad religiosa que se oponían a la vacunación. En algunos colegios católicos de América Latina no se administra la vacuna contra el papiloma humano a las niñas por considerar que el hecho de sentirse protegidas contra el virus las transformaría en unas "mujerzuelas promiscuas", o algo así. Por estos días Jesús Magaña, Director de la plataforma Pro-vida en Colombia, sostuvo criminalmente para el portal “Voto Católico Colombia”: “La vacuna contra el papiloma humano no protege, sino que daña a las menores y promueve la promiscuidad”, exponiendo así a las mujeres a padecer cáncer cervical y de otras partes de su tracto genital (El virus del papiloma humano, VPH, causa la infección sexualmente transmitida más común, generalmente inofensiva y de desaparición espontánea, pero algunos tipos pueden provocar cáncer). Aceptar la difusión del cáncer cervical en nombre de Dios no es muy distinto que sacrificar a las mujeres en un altar sagrado. Según los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) de EEUU, se estima que el 92% de los cánceres causados por el VPH podrían prevenirse mediante vacunación. En su último estudio publicado, indican que este virus causó, entre 2012 y 2016, un promedio anual de 34.800 casos de cáncer, lo que significa que más de 32.100 casos podrían haberse evitado anualmente.
No hay oposición actual a la vacunación por parte de las jerarquías eclesiásticas. Pero quedan "bolsones de ignorancia anti-vacunas", muchos de ellos sustentados en la Biblia y en fanatismos religiosos medievales. Algún día, la ciencia médica derrotará las grandes pandemias que nos acechan así como pudo erradicar la polio, la peste negra, la viruela, la difteria… y hasta podrá protegernos del flagelo del cáncer. Sin embargo, nadie vislumbra una cura contra lo que el biólogo británico Richard Dawkins ha llamado el peor agente infeccioso en la historia humana: el virus del fanatismo religioso.
Y si eres zurdo...
En los tiempos oscuros, la Iglesia consideraba no solo a los epilépticos como poseídos por el demonio, también el simple hecho de escribir o utilizar la mano izquierda era relacionado con lo satánico y la brujería. Por ello, desde el medioevo hasta hace pocas décadas, la Iglesia trató de eliminar la zurdera. Después de la desaparición de las Inquisiciones, los zurdos seguían siendo castigados (reglazos, golpes, ataduras de la mano izquierda). Muchos abuelos aún recuerdan como se les discriminó por el mero hecho de ser zurdo. Como resultado, un buen montón de zurdos contrariados que, en muchos casos, llegaban a la dislexia, tenían problemas de escritura y dificultades de aprendizaje. La estigmatización de esta condición también se vio reflejada en la literatura médica por la influencia religiosa: se relacionaba la zurdera con la presencia de trastornos mentales y actitudes antisociales sin ningún respaldo científico. En aquellos tiempos, la "ética" eclesiástica consideraba al zurdo como un ser "malo", igual que actualmente considera al homosexual. Fueron necesarios muchos años para que por fin la Iglesia y la sociedad aceptaran esa condición como algo natural y dejaran de atormentar a los zurdos.
El Big Bang
El modelo del Big Bang es la teoría cosmológica actualmente aceptada por la comunidad científica y que trata del origen y temprano desarrollo del universo conocido. No deja de ser curioso que la teoría del Big Bang fuera propuesta inicialmente por un sacerdote. En 1927, el jesuita Georges Lemaître (1894-1966), astrónomo belga y Profesor de física de la Universidad de Lovaina, fue uno de los primeros en aplicar la teoría de la relatividad en la cosmología. Teorizó que el Universo comenzó como un punto geométrico al que llamó "átomo primordial", que estalló y que aún sigue expandiéndose. Pocos años después, el astrónomo Edwin Hubble observó que, efectivamente, las galaxias se alejan entre sí. El propio Stephen Hawking atribuye a Lemaître el haber formulado la teoría del Big Bang, en contra de la idea de Einstein, quien en ese entonces era partidario de un universo estático. Tiempo después Einstein le dio la razón a Lemaître. En las últimas décadas las pruebas a favor del Big Bang empezaron a considerarse irrefutables, aunque la idea de que hubo un tiempo cero fue inicialmente muy discutida, entre otros por el prestigioso astrónomo británico Fred Hoyle (1915-2001), precisamente el autor del término Big Bang.
La Iglesia tuvo otra vez que "acomodarse" a esta nueva realidad científica. Y lejos de denostar a la ciencia, como tantas veces, la utilizó muy oportunamente en su favor. Pío XII, al valorar el significado religioso del Big Bang dijo, en su alocución de 1951 en la Pontificia Academia de Ciencias: "... las pruebas físicas han confirmado... la época en la que el cosmos llegó de las manos del creador. ... Por consiguiente, hay un creador. En consecuencia, Dios existe". Esto fue rematado por Juan Pablo II en la citada Academia, cuando en 1981 dijo a Stephen Hawking: "Está bien estudiar la evolución del universo después del Big Bang, pero no debemos indagar en el Big Bang mismo porque es el momento de la creación y, por tanto, de la obra de Dios". La teología actual de distintas religiones enseña que "Dios primero estableció las leyes físicas del universo con la idea de desarrollar la vida humana. Luego inició el Big Bang. Después de ese punto, cuando se trató del desarrollo y cuidado de la vida en la Tierra, Dios dio un paso atrás y dejó que sus leyes dictaminaran lo que sucedería". La jerarquía eclesiástica dice que el Big Bang, la gravedad y otras fronteras del conocimiento, no pueden ser explicados por la ciencia y, por tanto, proceden de la mano de Dios. Aproximadamente la mitad de los católicos, ortodoxos y protestantes tradicionales sostienen este punto de vista, al igual que la mayoría de los budistas, hindúes y judíos. Hoy las nociones del "Dios creador de todo" se abroquelan en el Big Bang. ¡La Iglesia ha debido retroceder hasta allí! Ya no es Dios quien manda cataclismos, enfermedades y castigos descomunales, ya no es él quien creó la vida, las especies, el Homo sapiens. Ahora se esconde atrás del Big Bang. Y los cristianos dicen: "¡Esta sí que no la ganan, allí está Dios creando todo!"
Sin embargo, esta última "reculada" teológica, también está a punto de desmoronarse. Victor Stenger (1935-2014), físico de partículas estadounidense, formuló una tesis compartida por la mayoría de los físicos y los cosmólogos: "Nada en nuestra comprensión científica actual requiere que el universo haya comenzado por una creación intencionada o responda a un "diseño inteligente". Los avances científicos actuales nos llevan a una conclusión sorprendente: el universo puede haber aparecido espontáneamente de la nada". Hawking escribe: "Dado que hay una ley como la gravedad, el universo puede crearse de la nada y lo hace. La creación espontánea es la razón de que haya algo en lugar de nada ... No es necesario invocar a Dios para que encienda la luz y eche a andar el Universo". Que el universo se crea a partir de la nada, es una posibilidad difícil de poner a prueba, pero viable. La ciencia debe investigar qué ocurrió antes del Big Bang. El único límite es el propio método científico: toda pregunta que pueda ser sometida a este método es territorio científico. Es legítimo que los cosmólogos analicen qué pasó en torno al tiempo del Big Bang. Por desgracia, nuestro conocimiento hoy en día sigue siendo insuficiente para dar esta cuestión por cerrada.
Y entre otras cosas...
En 1752, cuando Benjamín Franklin inventó el pararrayos, la Iglesia católica pontificó en contra por ser un "invento del demonio" para atraer los rayos. No olvidemos que para una parte mayoritaria del clero aún estaban vigentes la tesis de Santo Tomás de Aquino sobre la manifestación del diablo a través de fenómenos meteorológicos extremos. Decía en su Summa Theologica que "lluvias y vientos, y toda cosa que ocurre por meros impulsos locales, puede ser causada también por los demonios. Es un dogma de la fe que los demonios pueden producir vientos, tormentas, y hacer llover fuego del cielo". Recién terminó la oposición de la Iglesia al pararrayos cuando, el 18 de agosto de 1792, un rayo cayó sobre el Baluarte de San Nazario causando una brutal explosión del polvorín, donde se guardaban noventa toneladas de pólvora, que hizo temblar la ciudad italiana de Brescia, destruyendo los edificios de los alrededores y matando a unas cuatrocientas personas. La evidencia era incuestionable. El precio era, una vez más, muchas vidas humanas.
Cuando en el siglo X llegó a la Europa cristiana el uso del número cero en matemáticas, “la Iglesia lo tildó de mágico y demoníaco”. La introducción de ese número, junto con el resto de números arábigos (hasta ese momento se usaban los números romanos, que no tienen cero), se encontró con la oposición religiosa. Su origen, procedente de aquellos contra quienes combatían por procesar una fe distinta, hizo que este fuera considerado como un «número infiel». Las supersticiones numerológicas, arraigadas en los monoteísmos abrahámicos, hicieron que los cristianos pensaran de los números árabes poseían ciertas cualidades mágicas, cosa que desaprobaban. El Papa Silvestre II (943-1003) conoció el ábaco por un árabe español, pero no incluyó el cero en él. Incluso a ese Papa, con inquietudes hacia las matemáticas y la astronomía, la religión le hacía de freno. Dice Charles Seife, matemático y Profesor de la Universidad de Nueva York: "El cero entraba en conflicto con las creencias filosóficas fundamentales de Occidente, ya que dentro de él había dos ideas venenosas para la doctrina occidental: el vacío y el infinito. De hecho, estos conceptos acabarían por destruir la filosofía aristotélica después de su largo reinado". Según la interpretación de las escrituras (ver Juan 1:1) el vacío o la nada no podían existir y el número cero debía ser rechazado: en el origen estaba Dios. Finalmente, la practicidad del cero y el desarrollo de las matemáticas, terminaron con la oposición teológica.
Una vertiente del cristianismo, los Testigos de Jehová, rechaza las transfusiones de sangre heteróloga y sus principales componentes (glóbulos rojos y blancos, plaquetas y plasma). Aceptan la transfusión de sangre autóloga con tal de que no se almacene antes de la cirugía. Según este grupo, recibir una transfusión de sangre heteróloga o almacenada es igual que comer sangre y queda entonces prohibido por el Señor, tanto en el Antiguo Testamento (Génesis 9:4, Levítico 17:14) como en el Nuevo Testamento (Hechos 15:20). Dicen además, en el colmo de la desinformación y la ignorancia, que "hay razones médicas contundentes para rechazar las transfusiones de sangre"
(https://www.jw.org/es/ense%C3%B1anzas-b%C3%ADblicas/preguntas/biblia-transfusiones-sangre/). O sea, es preferible morir antes que salvar una vida mediante una transfusión.
La oposición al parto sin dolor viene de lejos. En tiempos pasados, en la cultura occidental católica el dolor era el medio a través del cual la mujer podía "expiar sus pecados y purificarse del embarazo". La Biblia dejaba clarísimo que había que parir con dolor: "A la mujer dijo: en gran manera multiplicaré tu dolor en el parto, con dolor darás a luz los hijos; y con todo, tu deseo será para tu marido, y él tendrá dominio sobre ti" (Génesis 3:16). Hasta mediados de 1800, la iglesia católica consideraba un pecado que las mujeres intentaran parir sin dolor, pues era mandato divino que sufrieran. La analgesia ya se conocía pero estaba prohibida. Cientos de mujeres fueron perseguidas por la Inquisición, acusadas de brujería por dar hierbas analgésicas a las parturientas. A partir del siglo XIX, algunos médicos intentaron aliviar el dolor del parto y se toparon con la airada oposición de la Iglesia. Hubo un hombre que desafió aquella afirmación oscurantista. Se llamaba James Young Simpson (1811-1879), un ginecólogo escocés que experimentó primero con éter y después con cloroformo para paliar el dolor del parto. Pero la Iglesia Anglicana atacó duramente sus experimentos: para parir era necesario sufrir. Esta oposición duró hasta que la Reina Victoria de Inglaterra (1819-1901), que había sufrido lo indecible en sus partos, al enterarse que había un método para soslayar parte del dolor, decidió experimentarlo en el nacimiento de su octavo hijo, el príncipe Leopoldo. Los médicos palaciegos se opusieron, pero era la Reina: probó el método y lo ensalzó. A partir de ese momento, la Iglesia calló sus objeciones. La decisión de la Reina allanó el camino a la investigación para mitigar el dolor. En las décadas siguientes, los científicos buscaron fórmulas más efectivas. Hoy conocemos la anestesia epidural que, a partir de los años 70, se asoció al parto en buena parte del mundo. Esta realidad es posible gracias a la laboriosa investigación que se enfrentó a los supuestos dictados divinos.
Las oposiciones doctrinales en el siglo XXI
La lista de oposiciones en nombre de Dios al progreso científico es muy vasta. Y no se trata solo de horrorizarse frente a los posicionamientos eclesiásticos medievales o del siglo pasado, esto mismo está sucediendo el día de hoy. En setiembre del 2008, la Congregación Para la Doctrina de la Fe hizo pública una Instrucción, aprobada expresamente por el Papa Benedicto XVI, titulada Dignitas Personæ (La dignidad de las personas), con la intención de actualizar su doctrina "sobre algunas cuestiones de bioética" (el texto completo puede leerse en la página oficial del Vaticano http://www.vatican.va/roman_curia/congregations/cfaith/documents/rc_con_cfaith_doc_20081208_dignitas-personae_sp.html). Comento aquí algunos de sus párrafos (numerados en el propio documento, el texto original figura en itálica).
4. Estos avances (de la investigación biomédica)... Son en cambio negativos, y por tanto no se pueden aprobar, cuando implican la supresión de seres humanos, se valen de medios que lesionan la dignidad de la persona, o se adoptan para finalidades contrarias al bien integral del hombre. Debe notarse que cuando se dice "supresión" y "dignidad" de las personas, se están refiriendo casi exclusivamente al embrión humano. El ser humano debe ser respetado y tratado como persona desde el instante de su concepción y, por eso, a partir de ese mismo momento se le deben reconocer los derechos de la persona, principalmente el derecho inviolable de todo ser humano inocente a la vida. Con esto están diciendo, como veremos más abajo, que se deja de lado el bienestar y el progreso social de la humanidad, basándose en su preocupación por el destino de un simple puñado de células supuestamente creadas por Dios.
12. Las técnicas que se presentan como una ayuda para la procreación «...deben ser valoradas moralmente por su relación con la dignidad de la persona humana...». A la luz de este criterio hay que excluir todas las técnicas de fecundación artificial heteróloga (a partir de gametos procedentes de al menos un donador diverso de los esposos unidos en matrimonio) y las técnicas de fecundación artificial homóloga que sustituyen el acto conyugal.
14 y 15. La fecundación in vitro comporta muy frecuentemente la eliminación voluntaria de embriones. En realidad es extremadamente preocupante que la investigación en este campo se dirija sobre todo a conseguir mejores resultados en términos de porcentaje de niños nacidos..., pero no parece efectivamente interesada en el derecho a la vida de cada embrión. Esta triste realidad es del todo deplorable, en cuanto «las distintas técnicas de reproducción artificial, que parecerían puestas al servicio de la vida..., en realidad dan pie a nuevos atentados contra la vida» Obsérvese como siempre se defiende a las células embrionarias, frente a la mejora de la vida del adulto.
16. La Iglesia, además, considera que es éticamente inaceptable la disociación de la procreación del contexto integralmente personal del acto conyugal: la procreación humana es un acto personal de la pareja hombre-mujer, que no admite ningún tipo de delegación sustitutiva. Frente a la instrumentalización del ser humano en el estadio embrionario, hay que repetir que «el amor de Dios no hace diferencia entre el recién concebido, aún en el seno de su madre, y el niño o el joven o el hombre maduro o el anciano. No hace diferencia, porque en cada uno de ellos ve la huella de su imagen y semejanza… Por eso el Magisterio de la Iglesia ha proclamado constantemente el carácter sagrado e inviolable de toda vida humana, desde su concepción hasta su fin natural». ¡¡Qué descaro, qué hipocresía, qué mentira, qué negación de la historia criminal de la Iglesia!!
17. La inyección intracitoplasmática de espermatozoides es una técnica intrínsecamente ilícita, pues supone una completa disociación entre la procreación y el acto conyugal. En efecto, ella «se realiza fuera del cuerpo de los cónyuges por medio de gestos de terceras personas... instaura un dominio de la técnica sobre el origen y sobre el destino de la persona humana.
18, 19 y 20. La crioconservación de una parte importante de los embriones es incompatible con el respeto debido a los embriones humanos: presupone su producción in vitro; los expone a graves riesgos de muerte o de daño a su integridad física, en cuanto un alto porcentaje no sobrevive al procedimiento de congelación y descongelación, los priva al menos temporalmente de la acogida y gestación materna; los pone en una situación susceptible de ulteriores ofensas y manipulaciones. Son claramente inaceptables las propuestas de utilizar el gran número de embriones congelados ya existentes para la investigación o para usos terapéuticos, porque implica tratarlos como simple “material biológico” y comportan su destrucción. Por ello Juan Pablo II dirigió «una llamada a la conciencia de los responsables del mundo científico, y de modo particular a los médicos para que se detenga la producción de embriones humanos, teniendo en cuenta que no se vislumbra una salida moralmente lícita para el destino humano de los miles y miles de embriones “congelados”, que son y siguen siendo siempre titulares de los derechos esenciales y que, por tanto, hay que tutelar jurídicamente como personas humanas». Hay que precisar que la crioconservación de óvulos en orden al proceso de procreación artificial es moralmente inaceptable.
21. Algunas técnicas usadas en la procreación artificial, sobre todo la transferencia de varios embriones al seno materno, han dado lugar a un aumento significativo del porcentaje de embarazos múltiples. Debido a esto se ha ideado la llamada reducción embrionaria, que consiste en una intervención para reducir el número de embriones o fetos presentes en el seno materno mediante la directa supresión de alguno. Desde el punto de vista ético, la reducción embrionaria es un aborto intencional selectivo. Se trata, en efecto, de una eliminación deliberada y directa de uno o más seres humanos inocentes en la fase inicial de su existencia, y como tal constituye siempre un desorden moral grave.
22. El diagnóstico preimplantatorio... prevé el diagnóstico genético de los embriones formados in vitro, antes de su traslado al seno materno. Se efectúa con objeto de tener la seguridad de trasladar a la madre sólo embriones sin defectos o con un sexo determinado o con algunas cualidades particulares. El diagnóstico preimplantatorio –siempre vinculado con la fecundación artificial, que ya de suyo es intrínsecamente ilícita–se ordena de hecho a una selección cualitativa con la consecuente destrucción de embriones, la cual se configura como una práctica abortiva precoz. El diagnóstico preimplantatorio es por lo tanto expresión de aquella mentalidad eugenésica «que acepta el aborto selectivo para impedir el nacimiento de niños afectados por varios tipos de anomalías. Semejante mentalidad es ignominiosa y totalmente reprobable, porque pretende medir el valor de una vida humana siguiendo sólo parámetros de “normalidad” y de bienestar físico, abriendo así el camino a la legitimación incluso del infanticidio y de la eutanasia». Es clara aquí la oposición al mejoramiento de la especie humana, culminando con la falacia inaceptable de que esta técnica puede llevar al infanticidio.
23. Otros medios técnicos que actúan después de la fecundación... son interceptivos cuando interceptan el embrión antes de su anidación en el útero, y contragestativas cuando provocan la eliminación del embrión apenas implantado. Sin embargo, esto no significa que tales medios provocan un aborto cada vez que se usan, pues no siempre se da la fecundación después de una relación sexual. Pero hay que notar que la intencionalidad abortiva generalmente está presente en la persona que quiere impedir la implantación de un embrión... Por tanto el uso de los medios de intercepción y contragestación forma parte del pecado de aborto y es gravemente inmoral. Se habla aquí del rechazo a la "píldora del día después", sin considerar en qué situación social, cultural o anímica pudo realizarse el acto sexual previo.
25, 26 y 27. Con el término terapia génica se entiende comúnmente la aplicación al hombre de las técnicas de ingeniería genética con una finalidad terapéutica, es decir, con el objetivo de curar enfermedades de origen genético... Cualquier modificación genética producida a las células germinales de un sujeto sería transmitida a su eventual descendencia. Ya que los riesgos vinculados a cada manipulación genética son significativos y todavía poco controlables, en el estado actual de la investigación, no es moralmente admisible actuar de modo tal que los daños potenciales consiguientes se puedan difundir en la descendencia. En la hipótesis de la aplicación de la terapia génica al embrión hay que añadir, además, que necesita ser realizada en un contexto técnico de fecundación in vitro, y por tanto es pasible de todas las objeciones éticas relativas a tales procedimientos. Por estas razones hay que afirmar que, en el estado actual de la cuestión, la terapia génica germinal es moralmente ilícita en todas sus formas. Algunos han imaginado que es posible utilizar la ingeniería genética para realizar manipulaciones con el presunto fin de mejorar y potenciar la dotación genética. Finalmente hay que notar que en el intento de crear un nuevo tipo de hombre se advierte fácilmente una cuestión ideológica: el hombre pretende sustituirse al Creador.
28. La clonación humana es intrínsecamente ilícita pues, llevando hasta el extremo el carácter inmoral de las técnicas de fecundación artificial, se propone dar origen a un nuevo ser humano sin conexión con el acto de recíproca donación entre dos cónyuges y, más radicalmente, sin ningún vínculo con la sexualidad. La particular relación que existe entre Dios y el hombre desde el primer momento de su existencia es la causa de la originalidad de cada persona humana...
32. Las células madre (stemcells) son células indiferenciadas que poseen la capacidad de dar origen a células altamente diferenciadas (nerviosas, musculares, sanguíneas, óseas, etc.) según el ambiente en que sean cultivadas. Se pueden obtener de tejidos de organismos adultos o de fetos muertos, de la sangre del cordón umbilical o de embriones. Sobre esta última fuente, en el caso humano, el documento dice que la extracción de células del embrión humano viviente causa inevitablemente su destrucción, resultando por consiguiente gravemente ilícita. La fe, los científicos y los gobernantes con bases bioéticas fuertemente influenciadas por sus creencias religiosas, presentan toda clase de impedimentos para este tipo de investigaciones, que buscan mejorar la vida de millones de seres humanos.
Vemos que el texto condena prácticamente la casi totalidad de las innovaciones en la reproducción, la genética y la biología, como la fecundación asistida, la congelación y destrucción de embriones y óvulos, la 'píldora del día después', la clonación humana y el uso de células madre embrionarias humanas para la investigación. Entre sus conclusiones el documento expresa: La misma valoración moral del aborto «se debe aplicar también a las recientes formas de intervención sobre los embriones humanos que, aun buscando fines en sí mismos legítimos, comportan inevitablemente su destrucción. Estas formas de experimentación constituyen siempre un desorden moral grave. Son seres humanos dotados de la dignidad de persona, que han sido creados a imagen de Dios (como si la Iglesia no hubiera destruido millones de vidas humanas, niños y adultos, a lo largo de su existencia, pero dejemos este "detalle" de lado). Y no abordo otros temas actuales ya que no figuran en la Instrucción, como los trasplantes de órganos, la profilaxis frente a las enfermedades de transmisión sexual o la eutanasia. Pero la Iglesia actúa hoy con mayor debilidad que antaño, está perdiendo poder e influencia. Ahora no dicta imposiciones doctrinales generadoras de herejía y hoguera para quien las trasgrede. Ahora invita "a actuar con responsabilidad ética y social", propone "principios y juicios morales para la investigación biomédica sobre la vida humana", quiere “promover la formación de la conciencia”.
¿Qué dicen las encuestas sobre la religiosidad de los científicos?
Cada vez más científicos se declaran no creyentes, o por lo menos que sus creencias se están desmoronando. En 2018 una encuesta realizada a 3000 científicos europeos (Reino Unido, Francia y Alemania), a cargo de The Scientific and Medical Network, halló que el 30% de los científicos (o personas que se dedican a profesiones que tienen que ver con la aplicación de la ciencia) son miembros de una organización religiosa. El 25% de los encuestados en el Reino Unido se define como ateo, el 29% en Francia y el 24% en Alemania. El 21% de los encuestados británicos se define como agnóstico, el 17% en Francia y el 11% en Alemania. El 14% en el Reino Unido contestó que tenía inclinaciones espirituales pero no religiosas, el 11% en Francia y el 13% en Alemania.
Según otra encuesta, realizada para la American Association for the Advancement of Science por el Pew Research Center en mayo y junio de 2009, concretamente un 51% de los científicos norteamericanos afirmó creer en Dios o en un poder superior, mientras que un 41% se declaró ateo. En encuestas anteriores realizadas por el Pew Forum, se reveló que el 95% de los adultos norteamericanos creen en alguna forma de deidad o en un poder superior. O sea, la comunidad científica es mucho menos religiosa que el público general. Un anterior estudio, publicado en 1998 por la prestigiosa revista Nature, mostraba que, entre los más eminentes científicos estadounidenses, integrantes de la Academia de Ciencias de ese país, solo el 7% creía en la existencia de Dios, en tanto que en la población general más de un 90% creía en un ser sobrenatural. Los científicos integrantes de otra prestigiosa Academia, la Royal Society de Gran Bretaña, presentan un perfil similar, develado por la encuesta publicada por R. E. Cornwell y M. Stirrat (Eminent Scientists Reject the Supernatural: A Survey of the Fellows of the Royal Society, Evolution Education and Outreach 6(1), 2013): una abrumadora mayoría son ateos y solo el 3,3% se declara creyente en un Dios personal. Desde otro punto de vista, la población estadounidense no comparte con los científicos la certeza sobre la evolución. Así, mientras el 87% de los científicos afirma que la vida evolucionó a lo largo del tiempo siguiendo procesos naturales, sólo el 32% del público cree que esto es cierto, según otra encuesta del Pew Forum en 2009.
Por otra parte, dado que los científicos son mucho menos propensos que el público general a creer en Dios, no resulta sorprendente que el porcentaje de ellos adscrito a una religión particular sea también más bajo que el del resto de la población estadounidense. Casi la mitad de los científicos norteamericanos afirma no tener ninguna afiliación religiosa particular, y se describen como ateos, agnósticos o como nada concreto, en comparación con el 17% del resto de los estadounidenses. Tal vez la mayoría de los científicos se declare agnóstico más que ateo, pero no pueden quedarse inactivos frente a los retos a la ciencia lanzados por los fanáticos religiosos que buscan suprimirla.
Pero no es solo el perfil científico el que se correlaciona negativamente con las creencias religiosas. La educación y la inteligencia también lo están. Se han publicado muchas investigaciones sobre la relación estadística entre religiosidad y nivel educativo y cociente intelectual. Una de ellas, realizada en 2001 por Michael Shermer (publicada en su libro How We Believe: The Search for God in an Age of Science, ISBN 0-613-35413-3) y Frank Sulloway indica, entre otras cosas, que a nivel educativo más elevado menor es la tendencia a la religiosidad. El tema también fue abordado en un metaanálisis (herramienta estadística que permite sintetizar los datos de un conjunto de estudios publicados sobre un tema en particular) realizado por Paul Bell y publicado en Mensa Magazine (Would you believe it? , febrero 2002, págs. 12-13). El autor concluye: "De los 43 estudios efectuados desde 1927... (sobre este tema) ... todos, exceptuando cuatro, hallaron una conexión inversa. Esto es, cuanto más alto es el nivel educativo o mayor es la inteligencia, menor es la probabilidad de que se tengan "creencias" de algún tipo".
Algunas opiniones calificadas
Leemos en "La religión ¡vaya timo!" (2009, Ed. Laetoli, Pamplona, España), de Gonzalo Puente Ojea, embajador de España en el Vaticano entre 1985 y 1987 y reconocidísimo representante del pensamiento racional:
La oposición de la Iglesia a la ciencia ha sido catastrófica para la humanidad. Durante largos períodos de la historia, y aún hoy, es innegable el estancamiento cognitivo de la cultura cristiana, mientras las Iglesias controlaron (y controlan) eficazmente a su grey, ignorando el ritmo exponencial del avance cognitivo de los pueblos que se han liberado de los frenos religiosos. Mientras los fundamentalistas norteamericanos, en nombre de la Creation Science, quieren hacer creer a la gente que la Tierra se originó entre 2000 y 20000 años atrás, y que la geología de nuestro planeta es el resultado del diluvio universal de Noé, la ciencia sin trabas teológicas descubrió que la Tierra tiene 4600 millones de años de antigüedad, que la vida tiene 3400 millones y que el universo se originó en una gran conflagración cósmica. ¿Qué ofreció la fe religiosa frente al conocimiento científico? Persecuciones, torturas, matanzas, guerras... en nombre de un ente llamado Dios, que decide en un momento romper su tedioso aislamiento y crear un universo y una especie humana que invente la fe para celebrar su excelencia y su poder absoluto. ¿Dónde está la suma bondad de Dios que pregonan los teólogos recalcitrantes, encargados de exigir absoluta obediencia y abstenerse de preguntar? Los alegatos apologéticos de los credos religiosos monoteístas improvisan arbitrarios ajustes a datos certificados por el conocimiento científico. La teología utiliza una forma de conocimiento que, hasta fechas recientes, ha excluido en gran manera a la ciencia. El progreso del conocimiento de la humanidad se basa en las observaciones y las teorías bien establecidas de la ciencia actual. No se trata de supuestos, ni de creencias, ni de especulaciones. No se basan en la fe. Son hechos sólidos y teorías sólidas, basados en datos y realidades firmes.
El físico y divulgador español Manuel Toharia, en su libro Historia mínima del cosmos (2015, Ed. Turner), abunda en la denuncia del oscurantismo como freno al conocimiento a lo largo de la historia. Toharia mira la Edad Media como un periodo de represión del conocimiento. Leemos:
No se puede decir que hubiese progreso alguno de la ciencia durante todo ese largo periodo de más de 10 siglos; al contrario, el rechazo por las autoridades eclesiásticas del conocimiento racional fue generalizado. El esplendor grecorromano acabó sucumbiendo ante las creencias y conductas más burdas, amén del omnipresente poder de la Iglesia y sus instituciones más represivas. El conocimiento del medio natural quedó en manos de la charlatanería popular y, sobre todo, de la cada vez más poderosa religión cristiana.
La médica española Esther Samper, Master en Biotecnología Biomédica y Doctora en Ingeniería Tisular Cardiovascular, comunicadora científica en medios de gran prestigio como El País de Madrid, dice:
La Edad Media fue un buen ejemplo de lo que sucede cuando una religión toma las riendas del poder. Una época oscura en que la ciencia y la medicina fueron vilipendiadas hasta el punto que el desarrollo de estas disciplinas tuvo que hacerse prácticamente a escondidas y en condiciones precarias, generándose un retraso de varios siglos en esos conocimientos. Ahora que la Iglesia ha "actualizado" su bioética (en referencia a la Instrucción de Benedicto XVI, cf. supra), es momento de recapitular sus "hazañas" en su gran papel de lastrar el avance de la medicina. ¿Es aceptable que hoy la Iglesia quiera dar lecciones de bioética cuando esa misma institución participó en restringir el futuro de la medicina y por tanto, la posibilidad de tratamiento y cura de millones de seres?
Reflexiones finales
La religión es un sistema de ofrecer respuestas, pero epistemológicamente es un sistema muy endeble: ofrece respuestas intuitivas no verificables, generalmente rígidas, refractarias a las nuevas evidencias. La creencia en la Biblia y en el Dios que representa nos ha dejado una larga estela de muerte y destrucción. De ella hemos heredado las Santas Inquisiciones, guerras santas, muertes por no aceptar ayuda médica, racismo, homofobia, misoginia, crímenes, atraso en el conocimiento colectivo... La ciencia no se cree en posesión de la verdad absoluta, la religión sí. La sinrazón religiosa, por ello, fue y sigue siendo una de las principales causas de los conflictos armados del mundo.
Las jerarquías de las instituciones religiosas han ido modificando sus rígidos planteamientos y estructuras para adaptarse a la época actual, con el fin de mantener su cuota de poder e influencia. Por suerte la mente del Homo sapiens nos está llevando a explorar y conocer nuestro mundo infinitamente grande e infinitamente pequeño. La inteligencia que la evolución nos fue desarrollando, los recursos que supimos extraer de nuestro planeta (aunque a veces lo pongamos en peligro), la curiosidad propia de nuestra especie anclada en sus genes, la investigación científica que nuestro intelecto de primate es capaz de desarrollar, llevan a una comprensión fenomenal de nuestro universo y de la vida misma. Pero las religiones, y no solo las cristianas, siempre condenaron en nombre de la fe, este avance de la razón que hunde a sus dioses en el más ignominioso descrédito.
Soy claramente partidario del camino y del método que propone la ciencia para conocer la realidad, porque creo que es la herramienta que hemos de utilizar para avanzar en nuestro desarrollo como especie. La religión, con sus retrógrados y rígidos planteamientos, y su moralidad discriminatoria, se presenta como un obstáculo para el desarrollo, el progreso y el avance de las sociedades humanas, porque no solo coarta la libertad individual sino también la libertad de pensamiento, que es el motor del conocimiento científico. Han sido siglos de restricciones al avance de este conocimiento, impuestas en muchas ocasiones de una manera salvaje y brutal, y lo peor de todo es que todavía siguen haciéndolo. La religión nos inmoviliza anclándonos al pasado, y no hace más que poner trabas y obstáculos al avance y al desarrollo de los pueblos, muchas veces yendo en contra de su bienestar, oponiéndose de forma constante y cínica hacia cualquier forma de libertad de elección en todo lo relacionado con la familia, la sexualidad o la medicina, por poner algunos ejemplos. Un creyente de nuestros días puede llegar a pensar que su fe es bastante compatible con la ciencia y la medicina, pero lo cierto es que éstas han ido quebrando el monopolio de la religión, por lo que muy a menudo han sido combatidas ferozmente.
La revisión de la historia desde el origen del género Homo nos enseña que cuando el hombre encuentra algo que se le aparece como inexplicable, crea un dios, un ser sobrenatural para descansar en él su ignorancia. Las religiones tomaron inicialmente gran parte de su fuerza de la observación de fenómenos aterradores como los terremotos, los truenos, los rayos, las erupciones volcánicas, el fuego, las tempestades, etc., que parecerían requerir para su explicación la intervención de algún ser divino (y por ello el paganismo creó un sinnúmero de dioses). Y decimos ¡qué ignorantes y supersticiosos los primitivos! Pero trasladándonos de época, hoy hacemos lo mismo. El origen y la estructura del universo, la pequeñez infinita del átomo y sus subpartículas, la gravitación universal (hoy ya hablamos de "gravitones"), el pre-Big Bang, el multiverso, el pensamiento y la memoria... ¡Cuántas cosas todavía sin respuestas contundentes! Frente a ello la ignorancia del Homo sapiens teísta responde: "He ahí la mano de Dios". ¿No estamos ante el mismo caso del hombre primitivo y el rayo, de los indios y su "totem", de los egipcios, griegos y romanos y sus dioses? ¿Del cristianismo y su Yahvé? Demos tiempo a la técnica, a la inteligencia y al conocimiento humanos. Demos tiempo al tiempo. Si en 150 años pudimos hacer realidad ideas que solo relevaban de la ciencia-ficción... ¿qué no podremos en 500 ó 1000 años? La ciencia no ha constatado hasta ahora nada que requiera de una intervención sobrenatural para la explicación de los fenómenos. Irá develando paulatinamente las incógnitas. Y cuando descubra una a una las verdades, no habrá necesidad de echar mano a un ser sobrenatural superdotado. Repito, démosle tiempo.
Alberto Cirio
(2)
-https://es.aleteia.org/2015/05/26/leon-xii-el-papa-antivacuna/
-http://eldolorsalva.blogspot.com/2010/02/leon-xii-y-la-prohibicion-de-vacunacion.html)
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(*) Nota Final:
El autor de esta publicación es "Alberto Cirio", fiel seguidor y colaborador de este Blog; quien amablemente me solicitó el compartir este artículo con el resto de los lectores; y al no estar en contra de la filosofía del Blog, es un honor para mí el poder publicarlo. El mismo "Alberto" se encargará de responder las dudas de los lectores a través de los comentarios.
"Los seres humanos nunca hacen el mal de manera tan completa y feliz como cuando lo hacen por una convicción religiosa"