Nota Inicial:
La presente publicación fue escrita y elaborada por un colaborador y amable lector de este Blog. Este artículo NO fue escrito por el habitual escritor y responsable de este sitio Noé Molina. (*)
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Los Campeones de la Infalibilidad
Durante gran parte de nuestras vidas, principalmente los que hoy ya sobrepasamos más del medio siglo, fuimos obligados a creer que había dos cosas en este mundo que eran infalibles: el Papa y el preservativo. El mito de la infalibilidad de ambos era algo que ni se llegaba a discutir; los dos conceptuados poderes simplemente no podían fallar; ¡ya está!, ¡eso era todo!
En relación con los Papas eran y continúan siendo los portavoces de Jesucristo en la Tierra, por lo que ellos están considerados de que vienen desde un antiguo y lejano linaje que empezó con San Pedro allá en los comienzos del cristianismo por tierras del cercano oriente y entonces en manos del Imperio Romano, o sea como hoy día que estamos en manos de los norteamericanos... El preservativo por su parte es un obstáculo in transponible a las aspiraciones de los espermatozoides mal intencionados y dispuestos éstos a fecundar óvulos que no les hacen respetos algunos. Aquí y cada cual dentro de sus propias especialidades, el Papa y el preservativo hicieron justicia a las respectivas reputaciones que representan y raramente dejaban en las estacadas a los millones de fieles que ciegamente creen el ello.
Fieles, ¿se ha dicho fieles? Sí, porque en los dos casos concretos eran una cuestión de fe. Aquí tanto la infalibilidad del Papa como la del preservativo dependían, en parte, de la fe que depositábamos en ellos. Veamos, vamos por parte. Un ejército que partía para la guerra después de ser bendecido por el Papa tenía muchas más ventajas de vencer en las batallas si los soldados creían en las fuerzas de aquellas sagradas bendiciones. Al mismo tiempo un pene equipado con un preservativo también partía para la batalla armado de una confianza que lo tornaba invencible si su titular creía en las fuerzas de aquella protección.
Por supuesto, en relación con el Papa solamente la fe no era suficiente. Pobre de los ejércitos que no se preparasen adecuadamente para la guerra. Lo mismo ocurría con el preservativo si no lo fabricaban caprichosamente con goma de suprema calidad.
En realidad y ateniéndonos a la historia, el Papa y el preservativo han demostrado dar pruebas de sus respectivas infalibilidades. Ejércitos que tenían todos los síntomas de perder las guerras las ganaron de buenas a primera gracias a las bendiciones recibidas de ante manos por el Papa de turno. Lo mismo ha ocurrido con el paso de trillones de espermatozoides en marcha chocaron con sus narices en el látex, gracias a la protección del potente preservativo.
Sabido es pues que durante mucho tiempo las dos infalibilidades convivieron en armonía. El mundo entonces era grande y suficiente para ellos y uno no se metía en la vida del otro. El Papa nunca discutió la infalibilidad del preservativo, y éste tampoco se interesó en cuestionar la infalibilidad de los Papas. Y de ésta singular manera iban viviendo en felices dichas y concordias.
Pero es aquí donde ocurrió lo inesperado, las dos instituciones mudaron de función y de importancia en los actuales tiempos modernos. Los Papas dejaron de bendecir a los ejércitos de hoy, o en todo caso no lo hacen con la frecuencia de tiempos pretéritos, ahora se dedican mayormente a actividades más pacifistas, eso nos dicen, o nos quieren hacer creer..., pero de lo dicho a lo hecho…, va mucho trecho… También el preservativo dejó de servir exclusivamente para evitar traer criaturas al mundo, muchas de ellas para mal vivir o ser explotadas, pero en las últimas décadas ganó un gran status heroico al ser el gran previsor en evitar enfermedades que afligen a la Humanidad entre ellas el terrible SIDA. Éste debe de haber sido el gran problema. De repente hemos sabido que en opinión de los propios Papas el preservativo, al contrario que ellos mismo, resulta que no son ya infalible.
Así pues que hace unas décadas y continúan en pleno siglo XXI, en la gracias del Señor, estamos presenciando las disputas de un campeonato de infalibilidades. Y éste no es un campeonato cualquiera como podría ser, por ejemplo, el Mundial de Fútbol... Se debe saber que está en juego millones de personas, principalmente en los países denominados del tercer mundo así como en aquellos otros donde más predomina el catolicismo. Al final el Papa juega con ventaja. Él tiene un púlpito del tamaño de una, digamos más grande que una plaza de toros que es el Vaticano. Desde allí son repetidos y amplificados todas sus encíclicas y mandatos divinos hacia el mundo y donde hallan catedrales, iglesias o simples capillas allí son divulgados. Cuando el Papa dice o manifiesta una cosa, aún insignificante, mismo que sea por boca de sus cardenales, obispos y toda clase de curas y monjas, mas de la mitad de la populación mundial queda sabiéndolo casi que en el instante.
Al decretar que el preservativo no es infalible,
el Papa ha puesto su propia infalibilidad en juego.
En cambio el preservativo, pobrecito, no habla, no puede llegar a tener tremendos medios de difusión, solamente lo hace calladamente, en solitario, entre dos personas y en cuartos casi siempre a oscuras donde cumple su meritorio trabajo. Por suerte en su nombre hablan los hombres de ciencias y médicos, para los cuales ellos dicen que es 99% infalible y el dejarlo de ser usado por las parejas sería una catástrofe a nivel planetaria, peor que todas las guerras juntas inclusive la bomba atómica. Se reconoce que ese 99% no es suficiente, como ocurriría con el 100%, pero casi llega y aún puede llegar.
Según los entendidos en la materia, éste es un campeonato muy peligroso para el Papa, cualesquiera de ellos, al haber decretado que el preservativo no es infalible, él ha puesto en tela de juicio su propia infalibilidad y en juego su prestigio. Imaginemos, cosa que por otro lado poco tiene que imaginarse debido a la situación expuesta, que el preservativo pida la revancha y empiece a recordar los muchos cientos y ciertos hechos maliciosos del pasado por los papas, como es el caso, por ejemplo, que ocurrió con el Papa Urbano VIII, en el siglo XVII, para el cual el Sol era el que giraba alrededor de la Tierra, por lo que era ésta el centro del universo, y no al contrario como confirmaba Galileo Galilei. Los siglos pasaron, surgieron potentes telescopios y toda la tecnología cósmica que hoy ya conocemos, y los siguientes Papas tuvieron que admitir que el intransigente, pero infalible Papa Urbano VIII, cometió un error muy grande.
Lo dejamos ahí, eso por no hablar de muchísimos otros y tremendos equívocos papales cometidos a lo largo de sus gloriosos 2020 años desde la fundación del cristiano catolicismo allá, como se ha dicho, en unas lejanas tierras de la Palestina de los tiempos de la Roma Imperial.
Pero hoy el Papa actual demuestra que él no es infalible, a pesar de que continúa insistiendo; por lo tanto el error no ha podido ser tan desconsiderado como hasta ahora venía ocurriendo porque ya no existe el hecho indiscutible de taparle la boca al pueblo o amenazarlo con el terrible infierno o inquisiciones, hoguera, etc.... Aunque después de 2020 años de experiencias, durante ese largo tiempo han salido airosos y victoriosos siempre, no ha de extrañar que vuelvan a salir una y muchas otras veces más..., y como “reza” su propio lema, así insecular seculorum...
La infalibilidad de los papas fue inventada por el entonces papa Pío IX el 18 de julio de 1870 tras su elaboración y aprobación por el Concilio Ecuménico Vaticano I. Desde entonces todos los posteriores pontífices como los anteriores son infalibles, eso dicen… Aunque hoy día y debido a que las mentalidades de las nuevas generaciones van siendo diferentes a las del pasado, estos señores no hacen mucho uso de esa infalibilidad y la tienen “como olvidada” para no ser criticados y ridiculizados más de lo que llegan a ser todos los días…
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(*) Nota Final:
El autor de esta publicación es "Zerimar Ilosit", fiel seguidor y colaborador de este Blog; quien amablemente me solicitó el compartir este artículo con el resto de los lectores; y al no estar en contra de la filosofía del Blog, es un honor para mí el poder publicarlo.
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Carta Abierta a los Creyentes
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"Yo no creo en nada. Para mí la fe es algo tan odioso como lo es pecado para los creyentes. El que sabe, no puede creer. El que cree, no puede saber. El término "fe ciega" es una redundancia, pues la fe es siempre ciega"
Ernest Bornemann