Dos
matemáticos aseguran que demostraron científicamente que Dios
existe, desafiando a sus colegas ateos
Un
libro que ya genera repercusión en Europa sostiene que los últimos
avances científicos apuntan a la existencia de un creador, desatando
polémica con referentes del ateísmo como Hawking y Dawkins.
07
de octubre de 2025 a las 4:40 p. m.
Dos
matemáticos franceses, Olivier Bonnassies y Michel-Yves Bolloré,
acaban de encender la polémica con su libro, donde aseguran que la
ciencia demuestra la existencia de Dios. La obra, titulada “God,
the Science, the Evidence”, sostiene que no se trata solo de
creencias, sino de hechos respaldados por los avances recientes en
física y cosmología.
Argumentos
científicos y repercusión
Bonnassies
y Bolloré basan su planteo en tres puntos clave: el universo tuvo un
inicio definido, es un sistema de espacio-tiempo indivisible y los
parámetros físicos parecen ajustados al milímetro para permitir la
vida. Según los autores, estas características sugieren la
intervención de una inteligencia superior y no pueden explicarse
simplemente por el azar.
El
libro, que ya vendió más de 400.000 ejemplares en Europa, recurre a
testimonios de ganadores del Nobel y repasa cómo el péndulo de la
ciencia pasó de relegar a Dios a volver a ponerlo en el centro del
debate. Los autores, ambos emprendedores y con trayectorias exitosas
fuera de la academia, insisten en que su propuesta se apoya en la
razón y no en la fe ciega de que Dios si existe.
Reacciones
y críticas de referentes ateos
La
idea de que la ciencia demuestra la existencia de Dios no cae bien
entre muchos de los referentes del ateísmo en todo el mundo. El
físico Stephen Hawking, por ejemplo, escribió que el universo puede
surgir de la nada sin intervención divina. Por su parte, Richard
Dawkins calificó la creencia en Dios como una “delirante ilusión”.
La
recepción del libro es dispar: mientras muchos jóvenes europeos
muestran interés por una visión espiritual, otros científicos
critican la falta de rigor matemático en el argumento. Pese a las
controversias, los autores planean difundir su postura en
conferencias y documentales financiados de forma independiente, con
la intención de seguir alimentando el debate global.
Fuente:
https://la100.cienradios.com/ciencia/dos-matematicos-aseguran-que-demostraron-cientificamente-que-dios-existe-desafiando-a-sus-colegas-ateos/
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Dios
existe y la ciencia lo demuestra, dicen dos matemáticos franceses
Olivier
Bonnassies y Michel-Yves Bolloré afirmaron en su libro que la
ciencia prueba la existencia de Dios mediante el Big Bang y el ajuste
fino del universo. El texto, un éxito en Europa, genera controversia
al desafiar a ateos como Stephen Hawking.
05-10-2025
13:07
En
un mundo donde la ciencia y la fe a menudo se perciben como opuestos
irreconciliables, dos matemáticos franceses, Olivier Bonnassies y
Michel-Yves Bolloré, irrumpen con una tesis audaz: la existencia de
Dios no es cuestión de creencia, sino de evidencia científica
irrefutable.
Su
libro “God, the Science, the Evidence: The Dawn of a Revolution”,
publicado originalmente en 2021 y relanzado en inglés en Estados
Unidos y Reino Unido, ya vendió más de 400.000 copias en Europa y
promete revolucionar el debate sobre la creación del universo.
Con
580 páginas ilustradas a todo color y citas de 63 ganadores del
Nobel, los autores argumentan que los avances científicos recientes
han invertido el péndulo histórico, convirtiendo a la ciencia en
"aliada de Dios" en lugar de su enemiga.
Bonnassies,
de 59 años y residente en el oeste de Londres, descubrió su fe
cristiana en la veintena, mientras que Bolloré, de 79 años y
oriundo de París, ha sido católico de toda la vida. Ambos, además
de matemáticos, son emprendedores exitosos que financiaron la
publicación del libro para mantener control sobre su formato y
distribución.
Su
motivación personal es profunda: para Bolloré, si Dios no existe,
la vida carece de sentido y todo se reduce a lo trivial; en cambio,
un creador divino implica la posibilidad de vida eterna y un
propósito universal. Como matemáticos, aplican un enfoque racional
y lógico, rechazando la fe ciega y optando por "razón y
ciencia" para demostrar la presencia de un ser supremo fuera del
universo, todopoderoso y creador de la vida humana.
Dios
El
núcleo de su argumento se basa en tres conclusiones científicas
fundamentales, derivadas de descubrimientos del siglo XX y XXI.
Primero,
el universo es un continuo espacio-tiempo que une materia, espacio y
tiempo en una estructura indivisible, un concepto respaldado por la
teoría de la relatividad de Einstein.
Segundo,
el universo tuvo un comienzo, evidenciado por la teoría del Big
Bang, propuesta inicialmente por el sacerdote y físico belga Georges
Lemaître y confirmada por observaciones de Edwin Hubble, que
muestran galaxias alejándose unas de otras, indicando una expansión
desde un punto inicial hace unos 14.000 millones de años.
Tercero,
y quizás el más provocador, los parámetros del universo están
"finamente ajustados" para permitir la vida: cualquier
variación mínima en constantes como la fuerza gravitacional o la
masa de las partículas elementales haría imposible la existencia de
estrellas, planetas o seres vivos.
Estos
hechos, según los autores, apuntan a la intervención de una "mente
superior" en el origen del cosmos, alineándose con la
definición filosófica y religiosa de Dios.
Los
matemáticos contextualizan su tesis en la historia de la ciencia.
Durante siglos, desde Copérnico hasta Freud, los avances parecían
eliminar la necesidad de Dios, explicando el mundo mediante leyes
naturales. Sin embargo, lo que llaman "la Gran Reversión"
ha cambiado esto: la física moderna, con su énfasis en un universo
finito y ordenado, resucita la pregunta de la creación.
El
prólogo del libro, escrito por el físico Robert Wilson
(codescubridor del fondo cósmico de microondas), admite la
coherencia de esta idea: "Si el universo tuvo un comienzo, no
podemos evitar la pregunta de la creación", aunque Wilson no la
encuentra satisfactoria personalmente. Además, los autores
incorporan testimonios de laureados del Nobel para reforzar su
narrativa, aunque no se detallan nombres específicos en las reseñas
disponibles.
La
recepción del libro es polarizada. En Europa, su éxito comercial
refleja un interés creciente, especialmente entre generaciones
jóvenes: una encuesta citada indica que solo el 13% de los adultos
de 18-24 años se identifican como ateos, mientras que el 62% se
consideran espirituales.
El
distribuidor estadounidense Joseph Montagne, de Abrams Books, es
optimista: "Creemos que la perspectiva fresca del libro,
mostrando cómo la ciencia apunta cada vez más hacia un Dios creador
en lugar de alejarlo, resonará con muchos".
Sin
embargo, enfrenta críticas feroces de figuras científicas
prominentes. Stephen Hawking, en su libro “The Grand Design” de
2010, argumentaba que "el universo puede y se creará a sí
mismo de la nada" y que "no es necesario invocar a Dios
para encender la mecha azul y poner en marcha el universo".
Richard Dawkins, en “The God Delusion”, califica la creencia en
Dios como una "delusión infantil", criticando la
presunción de que alguien más debe dar sentido a la vida.
Estos
contrapuntos destacan la controversia: mientras Bonnassies y Bolloré
ven en la ciencia una prueba, escépticos la interpretan como mera
especulación, no demostración matemática rigurosa. Para promover
su obra, los autores planean conferencias académicas y una serie de
documentales, financiados por ellos mismos para evitar compromisos
editoriales que diluyeran su mensaje.
DS
/ LV
Fuente:
https://www.perfil.com/noticias/ciencia/dios-existe-y-la-ciencia-lo-demuestra-dicen-dos-matematicos-franceses-a35.phtml
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Criticas
del Libro
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«Dios.
La ciencia. Las pruebas: El albor de una revolución»
de
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies
Posted
on mayo 1, 2024
by
Retratoliterario
Ensayo
El
lector de esta bitácora sabe que no es habitual que refiera aquí
libros best-seller del momento, y menos aun libros del tipo de libro
del que hablaré hoy. Pero se me ha cruzado, y con sus cosas buenas y
sus cosas malas, creo importante dedicarle una entrada. Se trata del
mamotreto: Dios. La ciencia. Las pruebas (2023) de Michel-Yves
Bolloré y Olivier Bonnassies que aparece en español de la mano de
Editorial Funambulista y la traducción de Amalia Recondo.
Esta
obra se vende como un esforzado trabajo de tres años con veinte
científicos para revelar «pruebas modernas de la existencia de
Dios». El problema es que, una vez leído, ni son tan pruebas ni son
tan modernas. Como voy a tratar de exponer, no son distintas de lo ya
argumentado históricamente por distintos pensadores y científicos
creyentes o no, y tenemos las mismas razones para aceptarlo o para
rechazarlos que tiempo atrás. La situación no ha cambiado, aunque
parezcan intentar convencernos de que sí.
El
libro se divide en tres partes: una introducción donde se trata de
allanar el terreno, asentar la perspectiva desde la que se
desarrollará el tema y aclarar la terminología empleada; una
primera parte que se fundamenta en la exposición del estado actual
de la ciencia y los límites ante los que se encuentra, confrontando
las tesis materialistas, y la evolución histórica de las actuales
teorías en torno al origen del universo, su final, o el origen de la
vida, como pruebas (que no demostraciones) de la existencia de Dios;
y una segunda parte que abandona el terreno de la ciencia y se
adentra en la explicación religiosa y filosófica, confrontando
diversas tesis que niegan la realidad del Cristo, del milagro de
Fátima o se enuncian las pruebas ofrecidas desde la Filosofía,
sostenidas por eminentes pensadores a partir del pensamiento griego.
Si
el lector toma el libro como una publicación divulgativa sobre el
estado de la cuestión, sin duda hallará en él una buena obra en la
que, sin mucha complejidad, se explican sencillamente los complicados
y, en buena medida, inaccesibles edificios científico, religioso y
filosófico —este último de forma bastante débil, todo hay que
decirlo—. No obstante, la obra provoca al lector continuamente para
que reflexione y se posicione. Aunque empieza asumiendo una mera
labor expositiva de hechos, paulatinamente va inclinando la balanza,
adquiriendo cierto tono sermoneador. Esto es obvio, claro, en esa
segunda parte del libro donde se abandona la vestimenta científica y
donde, aunque se subraya que seguimos en el plano de la racionalidad,
uno percibe que lo explicado cojea de un pie. Pero, precisamente, lo
que sucede en esa segunda parte del libro, ocurre también en la
primera parte de manera más disimulada debido a todo el baño de
divulgación científica. La sensación que tuve en todo momento, y
que se me hizo evidente al aterrizar en la segunda parte, es que lo
divulgativo no es más que un envoltorio que se confunde con las
conclusiones a las que se pretende llegar. Usar sibilinamente el
científicamente mostrado a favor de una conclusión que está lejos
de esa sentencia y de la ciencia misma.
Me
explicaré mejor. Todos conocemos los documentales que, emitidos en
cadenas como Discovery, History etc., desarrollan tesis tan surreales
como la famosa teoría de los astronautas ancestrales y del
paleocontacto. Y entre mucha parafernalia de apariencia científica y
parloteo histórico, acaban concluyendo que la historia del hombre en
la Tierra y sus avances científicos, tecnológicos, o sus grandes
obras de ingeniería, no han sido posibles más que por la
intervención de extraterrestres que mucho tiempo atrás contactaron
con los hombres de la antigüedad y los ayudaron a evolucionar.
Teorías que son del mismo tipo que aquella que afirma que las
pirámides de Egipto fueron levantadas con ayuda de tecnología
extraterrestre solo porque hoy no nos explicamos del todo cómo fue
posible la hazaña con el nivel de tecnología que tenían, según se
ha establecido. Claro, una vez que la explicación racional y
científica alcanza un límite más allá del cual se extiende el
enigma, enseguida surgen explicaciones de este tipo que vienen a
apoyarse, precisamente, en que la ciencia ha topado con un límite
insoslayable y que la propia ciencia no puede negar las afirmaciones
que provienen de estas teoría. O lo que es peor, llegan a sostener
que la propia ciencia permite derivar tales conclusiones.
Podría
mencionar aquí las no pocas pseudoteorías por parte de creencias
esotéricas y sectarias que han basado su predicación en vincular y
entreverarla de discurso científico malentendiendo teorías,
reduciéndolas a simplonas explicaciones, y derivando conclusiones a
conveniencia que para nada estarían avaladas por la ciencia
—mencionaré el caso del falso documental What the Bleep we do
Know?, mezcla de física cuántica, neurología y la espiritualidad
que hizo circular la secta Ramtha’s School of Enlightmen—. Esto
sería el extremo radical de estas situaciones. Afortunadamente, este
libro está lejos de esto último.
La
ciencia, en estos casos, sirve de envoltorio que impregna de
credibilidad lo que, de otra manera, sonaría irracional y acto de
fe. Lo científico aparece en el discurso, no para operar desde la
ciencia misma, sino para que el televidente (o el lector) asuma que
aquello a lo que asiste, aquello que le están contando, tiene los
visos de veracidad y certeza que comúnmente le asignamos a lo que
está científicamente demostrado. Nos predispone a creerlo
acríticamente, pues se trata de algo que proviene de la ciencia. Tal
y como operan otros programas de entretenimiento en que se trata de
capturar fantasmas y se emplean una decena de dispositivos de última
generación y teorías que incluyen factores medibles y
matematizables de temperatura, electricidad, radiación etc. Y todo
ello no es más que una extensión de lo que ya en el siglo XIX, con
el espíritu positivista, se coló hasta en las universidades y dio
carta de naturaleza científica a médiums, espiritistas y toda
suerte de supercherías, no precisamente entre las clases analfabetas
y menos instruidas. Tampoco podemos olvidar que muchos de nuestros
más aclamados astrónomos históricos fueron astrólogos y se
ganaron un buen dinero con ello.

En
la primera parte de este libro, justamente, se presentan y describen
las teorías del Big Bang, la muerte térmica del universo, el ajuste
fino y el salto de lo inerte a la vida. De forma divulgativa,
sencilla, se expone cada una. Y cabe decir que la sencillez con las
que se exponen ya supone un problema, en tanto que luego se
confrontan con la tesis que se quiere concluir. Si fuese, como decía,
el objetivo la simple divulgación, esta simplificación no supondría
un auténtico problema. Ahora bien, la simplificación de las teorías
en las consecuencias más directas e intuitivas, eludiendo todo su
complejo desarrollo y encaje en el sistema científico o paradigma en
que nos hallamos, y el hecho de obviar que el estado científico de
un momento histórico nunca es definitivo respecto del avance de la
ciencia misma, permite que este libro considere como pruebas de la
existencia de Dios el hecho de que: la ciencia haya alcanzado un
punto en el que entiende que el universo debió tener un inicio como
tendrá un fin; o que el mundo en su conjunto se constituye en un
complejo sistema de relaciones cuyo estudio arroja unos ajustes tan
precisos que dejan un margen muy estrecho al azar y abonan el campo
para quien quiera afirmar un diseño inteligente; y que, dado que no
somos capaces de explicar ni replicar el milagro del surgimiento de
la vida, esta solo es explicable por un acto creador de una
divinidad.
Esta
primera parte lo único que establece es que el desarrollo científico
ha alcanzado un determinado límite en nuestra época. Ahora bien,
esto es así al igual que lo alcanzó en otras épocas y hubo que
esperar un nuevo desarrollo teórico y tecnológico que permitiera
nuevas mediciones, nuevas observaciones y experimentos… o esperar
el genio brillante que abriera la especulación científica hacia un
horizonte que nadie hasta ese momento había vislumbrado. No se puede
totalizar ese límite histórico como el final mismo a partir del
cual la ciencia no avanzará más, y empezar a afirmar lo que la
ciencia no puede negar… ni tampoco confirmar. Menos aún usar el
momento histórico de desarrollo científico como trampolín para
aseveraciones que son un salto al vacío sin arnés empírico de
ningún tipo. Ese fue, por ejemplo, el problema que supuso el avance
de la óptica y que Galileo pudiera observar con su telescopio nuevos
cuerpos celestes en un universo que se suponía inmutable desde la
creación divina en la forma en la que había sido descrito antes de
tales observaciones. ¿Cuántas otras cosas no se habrán observado
aún como para lanzarse de este modo a la piscina?
La
argumentación procede de forma disyuntiva excluyente: o es verdad la
perspectiva materialista o el universo tuvo un inicio y tendrá un
fin. De cada opción se desgranan una serie de consecuencias. Acto
seguido, el discurso está dedicado a mostrar la falsedad de la tesis
materialista para afirmar indirectamente la verdad de la tesis del
Dios creador. Es cierto que el paradigma científico materialista
está comprometido con los últimos desarrollos científicos: que
podemos dudar de una eternidad de la materia y que podemos atisbar
las hipótesis de una generación y un final del universo mismo a
partir del Big Bang o la muerte térmica. Aceptando que el universo
tuvo un inicio y tendrá término, la ciencia, no obstante, no nos
describe cómo se originó el universo ni cómo será su fin. Suponer
que el único inicio posible fue el acto creador de una voluntad de
un ser sobrenatural y supremo, desde cuya bondad absoluta se nos ha
dado la vida, y al que hemos de retornar cuando todo acabe… no es
algo que pueda derivarse del estado actual de la ciencia ni algo que
la ciencia esté en disposición de afirmar o negar.
No
es una hipótesis que la ciencia rechace o acepte… es una hipótesis
sobre la cual a la ciencia no le cabe pronunciarse, por el simple
hecho de que está más allá del propio quehacer científico. Como
máximo, la ciencia nos suelta la mano en el deísmo: asumimos que
hubo un principio, llámelo como usted quiera… Dios o Zeus. Pero
este libro trata de confundir el deísmo, límite al que llegaría la
ciencia, es decir, el hecho de que se acepte lógicamente un primer
principio, una primera causa, un primer motor que diría Aristóteles,
con el teísmo, esto es, la existencia de un Dios creador,
omnisciente y omnipotente, que envió a su único hijo, como
verdadero hombre y como verdadero Dios a redimirnos naciendo de una
Virgen sin mácula por obra del Espíritu Santo, al que debemos culto
y dedicación. Esto siempre ha sido advertido desde la actitud
racional y científica: una cosa es asumir la existencia de un primer
principio y muy otra vestirlo con las galas del Dios de la Biblia y
considerar aquello la demostración de su existencia.
Tres
cuartos de lo mismo sucede con el ajuste fino o con el surgimiento de
la vida. Proponer como prueba de que detrás del mundo hay una
inteligencia superior debido a la precisión y orden con que funciona
todo y el hecho de que no haya discurrido de otro modo o no seamos
capaces de replicar el acto de la vida… o peor, basarse
exclusivamente en que es poco probable que sucediera de una manera
mejor que de otra e interviniera el azar mejor que un Dios creador…
es apelar al principio de causalidad, como ya enunciara Aristóteles
y copiara Santo Tomás, divinizando la primera causa incausada, el
primer motor inmóvil, dando saltos allí donde la razón tropieza.
Al
hilo de esto, me sorprende descubrir que en la parte final del libro
los autores expongan también el pensamiento filosófico al respecto
y lo retrotraigan a Parménides, Platón o Aristóteles, y el uso que
posteriormente se le dio desde el pensamiento cristiano obviando unos
elementos y moldeando al gusto otros. Ahí no se expone que el
pensamiento cristiano hizo cherry-picking con el pensamiento griego,
escogiendo las ideas a conveniencia para asentar sus conclusiones
sobre el egregio pasado heleno. Podemos encontrar suficientes
argumentos en el propio pensamiento griego para afirmar todo lo
contrario a lo que el pensamiento cristiano afirmó. Partamos del
hecho de que los griegos no tenían noción de nada, de que para
ellos, de forma genérica todo es ser; que entienden tal ser (arjé)
como Uno o múltiple desde el monismo o el pluralismo, que asumen
posiciones tanto materialistas como formalistas, y que, en general,
sostienen el hilozoísmo (la materia eterna y viva)… acabar
afirmando un espiritualismo monista que encaja en el Dios cristiano
como creador perfecto y benevolente, como hiciera Santo Tomás a
partir de un cuarto y mitad de Aristóteles y, en algún caso,
echando mano de un puñado de Platón, es solo una de las muchas
opciones que uno podría derivar. No debe olvidarse que actos
creadores desde la nada o la afirmación de la inmortalidad del alma
ni siquiera son considerados por, respectivamente, Platón o
Aristóteles. Que el primero, aunque fuese ontológicamente dualista,
afirmaba la existencia de un mundo imperecedero al margen de
cualquier divinidad. Y que el segundo negaba la existencia de dos
mundos. Y aún así, fueron la base del pensamiento cristiano que
decidió olvidar estos pormenores al trazar sus correspondencias
interesadas para la simulación de un pensamiento racional en torno a
Dios y su existencia: el mundo eidético de Platón se transformó en
la mente divina; la idea de Bien metaforizada en el Sol se convirtió
en un acto de iluminación divina; el alma increada e inmortal,
siguió siendo inmortal, pero ahora con un principio creador, lo que
asalta toda lógica; el motor inmóvil y última causa incausada, ese
acto puro sin potencialidades aristotélico se ubica en ese mundo
trascendente como un ser necesario preocupado por el mundo
contingente al que ha dotado de movimiento y en el que interviene en
lugar de ser ese pensamiento que solo puede pensarse a sí mismo
absolutamente impersonal e inmóvil.
El
hecho de atribuir carácter divino a las últimas causas o primeros
principios que aún nosotros ignoramos tampoco es muy distinto del
politeísmo antiguo, que divinizaba cada fuerza de la naturaleza cuyo
orden, ley o regularidad ignoraba. Tampoco se distingue mucho el
discurso de la falacia historicista que asume que el momento
histórico actual era el único resultado esperable a la luz del
desarrollo de los eventos anteriores ya acontecidos. A toro pasado,
siempre parece que solo había un final posible a todo, que los
acontecimientos del ayer convergen indefectiblemente en lo que hoy
sucede, y que nada más podría haber sucedido.
No
he visto en este libro nada nuevo respecto de lo aportado por la
Filosofía, que más concretamente apunta hacia el final del libro,
aunque sembrando el camino de las premisas de la teoría del diseño
inteligente. Así, por ejemplo, cuando en la primera parte del libro
se confronta la complejidad del acto de la vida, y del paso de lo
inerte a lo vivo. Pero en realidad, tan solo enuncia lo que son los
argumentos tradicionales: teleológico, cosmológico, metafísico,
moral, que se remontan al tomismo más antiguo, y el ontológico… y
que los autores llevan hasta converger en el diseño inteligente, sin
aportar en modo alguno el alcance y las refutaciones de cada uno.
La
ciencia sirve de excusa en la primera parte del libro, es la
coartada. Explicar las teorías solo resulta importante al propósito
del libro para cobijar a su amparo las conclusiones que, de ningún
modo, se desprenden de aquellas. Y del mismo modo se apela, más que
al convencimiento, a la persuasión emocional, cuando se exponen
capítulos históricos de persecución sistemática de científicos
cuyos desarrollos contrariaban las tesis materialistas tan
funcionales para las ideologías totalitarias del siglo XX. Sí, se
acude a la historia en la que se contextualizan los avances
científicos, pero, una vez más, con claras intenciones de parte.
Este libro prácticamente convierte a los científicos que
desarrollaron teorías como el Big Bang en mártires defensores de
una causa religiosa, cuando en realidad fueron víctimas de la
ceguera ideológica y acrítica, al margen de que creyeran o no en
Dios, defendieran o no una causa religiosa: simplemente eran
peligrosos para el sostenimiento de una tiranía, como tantos otros
en otros ámbitos como el arte, porque socavaban el orden ideológico
preestablecido. Los únicos que veían un Dios en esas teorías y lo
ponían en la boca de los científicos eran, precisamente, sus
ejecutores. Que fuesen perseguidos no tiene carácter probatorio, no
digamos demostrativo. ¿Acaso la persecución de los científicos en
otras etapas históricas, cuyas afirmaciones ponían en tela de
juicio la existencia de Dios, serían pruebas de que Dios no existe?
¿Acaso el poner en boca de un científico la afirmación de que Dios
no existe, llamarlo hereje, convertía al científico en un fiel
defensor del ateísmo más pleno? ¿Cómo hacemos para que el
argumento sea tan válido que pueda integrar tanto la persecución a
los científicos del Big Bang, como censurar las ideas de Copérnico,
monje polaco, el haber quemado a Giordano Bruno, creyente dominico,
condenado a Galileo, que era católico, o recluido a la madre de
Kepler, quien era profundamente religioso, por bruja y haberla
sometido a tortura hasta quebrarla y morir apenas un año tras su
liberación? Podemos contar una historia igualmente vil y execrable
en la que los perseguidos fueron los ateos materialistas e incluso
los científicos creyentes y practicantes, y sus perseguidores fueron
las altas jerarquías eclesiásticas, ya católicas, ya protestantes…
y esto no probaría absolutamente nada acerca de las convicciones de
los perseguidos. Perseguir ideas o teorías dice más del que las
persigue que de la verdad que sostenga el perseguido. Sobre todo en
el ámbito científico, cuya actitud es mantener la hipótesis
avalada por la evidencia empírica, la cual permite ratificar,
rectificar o abandonar una teoría. Valga esto para algunas de las
afirmaciones que se hacen en la segunda parte del libro, donde del
hecho de que Cristo fuese perseguido, parece querer derivarse también
su realidad divina. Esto habría de convertir en mesías a todos los
perseguidos por causas políticas o religiosas.

En
la segunda parte, la manera de operar es, si cabe, menos disimulada.
La ciencia, sobre la que se estaba apoyando antes, se abandona, lo
que levanta el velo y facilita ver cómo se está procediendo.
Asistimos, por ejemplo, a la aseveración de la realidad divina del
Cristo, o que los acontecimientos de Fátima, dado que no han sido
explicados por la ciencia, son, en efecto, un milagro. Una vez más,
el discurso corre de forma inductiva por disyunción excluyente.
Veámoslo con el caso de Fátima: como se puede discutir que los
niños estuviesen manipulados, o que se sufriese una histeria
colectiva, dado que se perseguía desde un gobierno anticlerical las
manifestaciones de fervor religioso, y como la ciencia no puede
explicar lo que los testigos dicen haber observado incluso lejos del
lugar, entonces todo fue verdad. No faltan tampoco las citas de
aquellos que, siendo ateos, declaran haber visto algo inexplicable.
Es la aplicación más clara del principio falaz creer todo hasta que
se demuestre lo contrario. Y como lo contrario no se ha demostrado…
lo ocurrido en Fátima fue un hecho milagroso. No se está cayendo en
la cuenta de que rebatir las posiciones contrarias no demuestra (o
prueba) la posición propia, porque ni siquiera se prueba que la
posición propia sea la única explicación que quedé en pie.
Tanto
en la primera parte como en la segunda parte se procede exactamente
del mismo modo: por un proceso de inducción que parte de una
disyunción excluyente. Es el falaz proceder inductivo de Sherlock
Holmes al enunciar el detective en El signo de los cuatro «cuando
han sido descartadas todas las explicaciones imposibles, la que
queda, por inverosímil que parezca, tiene que ser la verdadera»; y
es falaz porque implica de partida el estar seguros de conocer la
absoluta totalidad de posibilidades y casos que concurren para poder
descartarlos uno a uno. ¿Estamos seguros de conocer absolutamente
todas las posibles explicaciones a Fátima? ¿Son todas las
posibilidades las que se plantean en el libro y no podrían existir
más, aun cuando no hayan sido enunciadas? Ídem para la primera
parte científica: ¿atesoramos ya todas las posibilidades de la
ciencia, incluidas las que aún estarían por enunciar? ¿Acaso la
propia ciencia no seguirá su camino seguro, al decir de Kant, y se
hallen nuevas explicaciones con suficiente evidencia empírica que
permitan ratificar, rectificar o abandonar posiciones anteriores que
ahora resultan tan favorables a los autores del libro?
Hasta
aquí el contenido, discutible, criticable, asumible, falaz o no…
en ello concuerdo con los autores del libro: cada lector tomará su
decisión. No obstante, me da que cada lector que se acerque al libro
solo reforzará su posición primera, en contra o a favor, y que
pocos son los que la someterán a juicio, tanto en un sentido como en
otro, aun cuando el libro no es neutral y pretende llevar al lector
al huerto.
Algo
que es nefasto en este libro, y ahora entro a la forma de redacción,
es que se puebla de citas sin ton ni son, hasta componer, incluso,
capítulos enteros de citas directas de científicos o de prensa
escrita —como aporta en el caso de Fátima, en la segunda parte—.
Literalmente capítulos enteros que solo son citas, una tras otra.
Como quien lee una web de citas celebres en torno a un tema. De todo
punto absurdo. El libro podría adelgazarse a la mitad con solo
retirar la catarata de citas y citas reiterativas. Me da la sensación
de que el libro se presenta voluminoso con toda intencionalidad: un
libro grueso sobre esta temática se juzga por su tamaño. Debe ser
cosa seria, pensará el futuro lector. No obstante, en mi caso
convierte al libro en algo pesado, tanto en lo más físico como en
el lento progresar del contenido. Vuelve tediosa la lectura abusando
del argumento de autoridad científica, que encima solo es
envoltorio. Me parece una manera de presentar la información
completamente disparatada.
Además,
se advierte también cierta malicia al malinterpretar, en esta
monumental oda a la cita textual, algunas de las aseveraciones de
científicos donde estos emplean la palabra milagro: nuestros
autores, que previa y oportunamente los han etiquetado de ateos y
agnósticos, hacen resaltar el uso de esta palabra en las bocas de no
creyentes… como si la palabra milagro solo tuviera el sentido
trascendente que apela a la intervención divina y no un sentido
profano por el que se denota extrañeza ante algo inexplicable o poco
probable para la comprensión de ese científico en ese momento. Es
malicioso, sin duda, querer argumentar confundiendo las palabras y
los significados con que se emplean para dejar sutilmente en el aire
que hasta los científicos más ateos apelan a la intervención de
Dios para explicar como milagro lo que la ciencia no puede aún
aclarar.
Si
bien tiene una parte divulgativa, que quizás sea la que más valor
tiene, y ya digo que simplifica demasiado las cosas, en modo alguno
es un libro divulgativo ni exhibe esa intención objetiva que en la
Advertencia inicial se indica: «Es nuestro deseo que, al término de
esta investigación, puedan tener a mano todos los elementos que les
permitan decidir, con total libertad y de manera informada, aquello
en lo que les parezca más razonable creer. Aquí damos hechos, nada
más que hechos. Este trabajo conduce a conclusiones que
contribuirán, tal como esperamos, a abrir un debate esencial».
Precisamente, tras su lectura uno duda de que el libro entregue todos
los elementos para decidir: sobre todo porque ignoramos si poseemos
todos los elementos, o aunque solo sean todos los elementos de que
disponemos, tanto si están en el libro como si no; por otro lado,
decidir aquello en lo que les parezca más razonable creer… es
decir, que nos movemos en el plano de la creencia, a fin de cuentas.
Pero eso sí, el libro solo afirma hechos que llevan a conclusiones,
nos dicen. Esta advertencia resulta incoherente en sí misma. Y solo
es la antesala.
Por
otro lado, suelo desconfiar de los libros que vienen precedidos por
titulares que subrayan: la obra que conmocionó… el libro que
incendió Francia… Como también es interesante comprobar que las
portadas de cada edición llevan distintos subtítulos: desde la
primera, que afirma sin sonrojo «¡La ciencia, nueva aliada de
Dios!», a la segunda, tercera y cuarta, que yo tengo, donde más
diplomáticamente se pregunta «¿Y si Dios existe?», creciendo al
albur de la polémica y de una campaña de marketing que vende lo que
el libro no entrega y postula un debate que tampoco evidencia ni
parece realmente querer.
Héctor
Martínez
Fuente:
https://retratoliterario.wordpress.com/2024/05/01/dios-la-ciencia-las-pruebas-el-albor-de-una-revolucion-de-michel-yves-bollore-y-olivier-bonnassies/
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«Gran parte de las dificultades por las que atraviesa el mundo se deben a que los ignorantes están completamente seguros y los inteligentes llenos de dudas».
Bertrand Russell