En la publicación anterior pudimos constatar que no tiene nada de descabellado el pensar que Pablo de Tarso pudo haber estado involucrado de forma más o menos directa en los sucesos que desencadenaron el incendio que arrasó Roma en el año 54.
Ver artículo: Pablo de Tarso ¿Responsable del Gran Incendio de Roma? Parte 1
En este artículo profundizaremos más sobre la responsabilidad del “gran apóstol de Cristo”
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El libro del “Apocalipsis” entra en escena.
Tácito, en su obra “Anales”, libro XV, capítulo XXXVIII, implica de forma muy directa a los Cristianos como responsables del incendio de Roma. Esta acusación extremadamente grave que levanta Tácito contra aquellos a los que llama “cristianos”, consiste en el hecho de “odiar al género humano”, “de ser dignos de los últimos rigores”, y que, a pesar de todo, “el interés público exigía hacerlos desaparecer”, y demuestra simplemente que, en el curso de las pesquisas, habían descubierto ya ejemplares del Apocalipsis circulando por ahí,.. Veremos que esto es más que probable.
Se pretende que ese libro fue redactado por el apóstol Juan en el año 98 o en el 94. Pues bien, cuando se produce el incendio de Roma nos hallamos en el 64.
Y en el Apocalipsis encontramos el relato de ese incendio de Roma, que aconteció en el año 64, y el de la caída de Jerusalén y de su santo Templo, acaecida en el 70.
Por consiguiente, o bien el tal Juan se burla del mundo al presentar como profético un libro que anuncia hechos producidos treinta años antes, o bien el Apocalipsis no es obra suya; si es realmente profético (o simplemente un esquema de combate, semejante a los manuales de combate ritual de los manuscritos del mar Muerto), es muy anterior.
El Apocalipsis ofrece en el capítulo 11, versículos 1 al 13, el relato de la revolución del año 44.
El capítulo 18 nos describe el incendio de Roma. Porque es evidente que la Babilonia del Apocalipsis no es la antigua ciudad de ese nombre, destruida desde hacía siglos; todos los estudiosos religiosos declaran que se trata de Roma, y tienen razón. Se habla de unos marinos que, desde el mar, contemplan el incendio. Ahora bien. Babilonia estaba muy lejos, tierra adentro. Pero Roma en llamas era visible desde Ostia, su puerto, que estaba muy cerca, y los navíos, en la desembocadura del Tíber, podían contemplar el incendio con todo su horror. Además, Roma está construida sobre colinas, y desde el litoral el incendio era perfectamente visible. El texto del Apocalipsis de contenido más significativo corresponde a los versículos 1 a 8 y 11 a 17 del capítulo 18.
Porque, a fin de cuentas, ¿cómo dudar que fueran los cristianos quienes incendiaran Roma, cuando se leen esas frases vengativas en ese mismo capítulo 18, donde está tan bien descrito el incendio?:
Apocalipsis 18,6-8
18:6 Dadle a ella como ella os ha dado, y pagadle doble según sus obras; en el cáliz en que ella preparó bebida, preparadle a ella el doble.
18:7 Cuanto ella se ha glorificado y ha vivido en deleites, tanto dadle de tormento y llanto; porque dice en su corazón: Yo estoy sentada como reina, y no soy viuda, y no veré llanto;
18:8 por lo cual en un solo día vendrán sus plagas; muerte, llanto y hambre, y será quemada con fuego; porque poderoso es Dios el Señor, que la juzga.
Así pues, al llegar a Roma la noticia de las revoluciones llevadas a cabo en Jerusalén, debió de ser inevitable que los elementos extremistas del mesianismo, ebrios de venganza, excitados por tales lecturas, pensaran en ejecutar las órdenes despiadadas del Apocalipsis, órdenes que llevaban ya tiempo circulando.
En fin, con el Apocalipsis, sus maldiciones, sus amenazas, su odio delirante contra las naciones y sobre todo contra Roma, nos hallamos muy lejos del piadoso sermón habitual: perdón de las ofensas, amor a los enemigos, después de que la mejilla derecha sea abofeteada, ofrecer la izquierda; quien golpee por la espada, perecerá por la espada, etcétera.
Si el Apocalipsis no hubiera sido conocido mucho antes del año 94, fecha en la que la Iglesia pretende que Juan el Evangelista efectuó la redacción de este libro (absoluta contradicción, por cierto, con el espíritu evangélico de entonces), ¿cómo podía acusar Tácito a los cristianos de “odiar al género humano”? Porque “Dadle a ella como ella ha dado...”, eso es el talión, y no el evangelio. (Apocalipsis, 18,6.)
Amigo lector cristiano, preste mucha atención a lo siguiente; Tácito vivió del año 55 al 120. Como murió cuando contaba unos 65 años de edad, debió de redactar sus Historias y sus Anales alrededor del 95, por consiguiente, cuando contaba más de cuarenta años.
Si el Apocalipsis hubiera sido de Juan el Evangelista, y datara del año 94, ¿cómo iba a conocerlo Tácito, dado que estos textos cristianos fueron guardados en secreto durante largo tiempo, y con sobrados motivos? Sin duda era muy anterior a la fecha con la que se le suele asociar.
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Más pruebas…
Pero los escritos apócrifos, específicamente los Hechos de Pedro nos aportan la confirmación de lo que siempre habíamos sospechado sobre los verdaderos incendiarios de Roma en el año 64. Claro que el Apocalipsis nos lo predecía con bastante claridad: la capital del Imperio romano tenía que ser destruida por un incendio gigantesco, en castigo por la muerte de tantos combatientes mesianistas judíos en los crueles juegos circenses. No podía tratarse todavía de cristianos, ya que las persecuciones contra la nueva religión no comenzaron hasta después de dicho incendio, pues la primera data, en efecto, del año 64, según los historiadores eclesiásticos, y porque se imputaba a estos sectarios dichos incendios.
Pero los mismos historiadores eclesiásticos habían rechazado siempre con indignación la acusación lanzada contra los cristianos en lo referente a su responsabilidad en ese incendio. Ahora bien, los Hechos de Pedro poseen diversas versiones. En el original griego, aparte de un fragmento muy corto, no queda ya sino el final de la obra, en dos manuscritos tardíos, uno del siglo IX, y el segundo del X o del XI.
En este apócrifo Simón-Pedro por lo visto había ido a Roma, y allí había ganado para su causa a las cuatro concubinas del prefecto del pretorio, llamado Agripa. Este último, furioso, habría hecho arrestar a Simón-Pedro y ordenado crucificarle por ateísmo, acusación legal y habitual contra los cristianos. Ahora viene la protesta de éstos en favor de Pedro:
“Entonces todos los cristianos acudieron en tropel, ricos y pobres, huérfanos y viudas, humildes y poderosos. Querían ver y apoderarse de Pedro, y el pueblo gritaba sin interrupción y con voz unánime: ¿De qué es culpable Pedro, Agripa? ¿Qué daño ha hecho? ¡Díselo a los romanos! ¡Cometes una injusticia contra Pedro, oh Agripa! Nosotros, que somos romanos, no hemos visto que Pedro hiciera ni una sola acción merecedora de la muerte. Si no lo liberas, incendiaremos la inmensa Roma con fuego y saldremos de ella.”
- Hechos de Pedro, versión siríaca, XXXVI
Y qué decir del cinismo agresivo de Tertuliano, quien no vacila en declarar, en el año 197:
“Estamos en todas partes, porque somos numerosos... Si no fuésemos sino un pequeño grupo, una sola noche y algunas antorchas bastarían”.
- Tertuliano, Apologeticen, XXXVI, 3
Después de esto, ya podrán los cristianos afirmar que su religión les impone ser ciudadanos pacíficos
Está muy claro, el incendio de Roma en el año 64, que fue obra de cristianos fanáticos.
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Lista de acusados.
Hagamos, pues, ahora el inventario de los personajes que podían tener un interés cualquiera en el incendio de Roma, y que fueran lo suficientemente influyentes como para poder poner en acción a los servidores del palacio imperial
Podemos considerar con seriedad siete nombres:
1) Nerón:
Hemos demostrado que no era posible; no estaba en Roma, no se enteró del incendio hasta cuatro días más tarde, y no tenía ningún interés en la destrucción de los templos donde residía la vida espiritual y oculta de todo el imperio, siendo él, además, tan supersticioso como era.
2) Popea:
Sólo hacía dos años que era la esposa de Nerón. ¿Qué interés podía tener en semejante atentado? Ninguno, evidentemente. Además, estaba también en Antium, con Nerón.
3) Burro:
El prefecto del pretorio había muerto en el año 62. ¿Y qué interés podía tener en dicho atentado?
4) Tigelina:
Sustituía a Burro en sus funciones, y podía haber organizado ese incendio a fin de desacreditar a Nerón, de quien tenía motivos para querer vengarse, es cierto, pero a quien temía terriblemente. Por otra parte, jamás fue favorable a los judíos mesianistas. Y entonces, ¿cómo justificar que ese atentado sobreviniera exactamente para respaldar la insurrección en Judea? ¿Cómo justificar la elección de la fecha que coincidía con el aniversario del apresamiento de Juan el Bautista por parte de esos romanos sin escrúpulos y sin espiritualidad?
5) Séneca:
Si ya era hostil al progresismo de Nerón, por conservador, imbuido de los principios de superioridad de Roma, justamente por esas mismas razones no podía ser favorable a esa nueva revolución judía, y las objeciones hechas en el caso de Tigelino pueden aplicarse igualmente a Séneca. Y este estoico reaccionario no podía cargar con la responsabilidad de destruir los templos romanos más sagrados.
6) Saulo-Pablo:
Amigo de infancia del principal implicado de la revolución en Judea del año 64, Menahem, (hermano de leche de Pablo; Hechos 13,1); forma parte con él del kahal mesianista de Antioquía (Hechos 13,1); es amigo de Séneca, quien es amigo de los conspiradores antineronianos, es miembro del complot de Pisón. Saulo-Pablo cuenta con afiliados a su doctrina y a su secta entre los servidores del palacio imperial, en Roma: “Los de la casa de César os saludan...” (Filipenses 4 22). Además encontraremos otros motivos de sospecha, ya que pudo muy bien ejecutar con todo detalle lo que Séneca y Tigelino deseaban secretamente, aunque sin atreverse a decidirlo y a hacerlo ejecutar. Además, las extrañas coincidencias entre la fecha precisa de ese incendio y la vida del Bautista. Recordemos que todo eso estalló en el año 64, treinta y tres años después del apresamiento de Juan el Bautista. Y el treinta y tres es, en el Antiguo Testamento, el número de toda purificación (Levítico 12,4)
7) Un jefe zelote desconocido:
Todo lo que se ha dicho en el caso de Saulo-Pablo puede aplicarse, evidentemente, contra ese extremista anónimo, todo, excepto la posibilidad de hacer actuar a los servidores del emperador, “los de la casa de César”... Para que éstos hubieran asumido la responsabilidad de declarar públicamente que estaban cubiertos por órdenes (Tácito, Anales, XV, XXXVIII), era preciso que fuera cierto. Esa secreta protección les venía de Séneca, a través de su amigo y cómplice Saulo-Pablo, su jefe indiscutible.
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Los acontecimientos…
Hay que recordar que poco tiempo después de haber ocurrido el catastrófico incendio en Roma, del cual Nerón nunca fue ni remotamente responsable (ni siquiera se encontraba en la ciudad) las conjuras y conspiraciones para derrocar a Nerón comenzaban a maquinarse. Los tres principales involucrados eran Galión, Séneca (consejero de Nerón) y Galba, procónsul de Roma (y a la larga se convertiría en emperador) y... Pablo. La amistad entre Pablo y Séneca está más que probada. Además de lo especialmente sospechoso que fue la presencia desestabilizadora de Pablo en Roma coincidiendo con un “extraño” y muy conveniente incendio para culpar a Nerón de su ineficacia como emperador y director de la vida romana.
Pero el lector se preguntará cómo pudo encontrarse Pablo involucrado en respaldar la revolución que dio la orden de incendiar Roma, en marzo del año 64.
Hay una respuesta para esto.
Como amigo de Séneca, y probablemente mezclado en la conspiración de éste y de Pisón, veía en este incendio (que se organizó sabiamente, a fin de hacer recaer las culpas sobre Nerón, para destruir mejor y de forma más definitiva el concepto que tenían de él las gentes, y en especial el pueblo, donde contaba con los amigos más seguro) un medio de tener acceso a la confianza de aquél que sucedería a Nerón, en este caso Galba, y a quien él había ido a sondear en España, apenas hacía un mes. Y el conservadurismo absoluto de Pablo no podía sino reprobar el progresismo de Nerón, de acuerdo con su amigo Séneca.
Además, Pablo pudo haber pasado por un período de desaliento. Iba envejeciendo poco a poco, apartado de su familia y de su patria. La propaganda divulgada por todo el Imperio no había dado los resultados apetecidos, y estaba todavía muy lejos de detentar el poder espiritual y temporal del pontífice de Israel.
La tradición apocalíptica, por otro lado, rezaba que la Parousia, es decir el “regreso” de Jesús sobre las nubes, la instalación en la tierra del “reino de Dios”, en una palabra, el Juicio Final, tenía que ir precedida del final del Imperio romano, y este desmoronamiento vino anunciado por el incendio de la capital.
Esta curiosa creencia duraría mucho tiempo, ya que Tertuliano podría decir más tarde:
“Sabemos que el fin del mundo, con todas las calamidades con las que castigará a los hombres, se ha suspendido con el curso del Imperio romano. Al pedir a Dios que retrase esta horrible catástrofe, solicitamos que se prolongue la duración del Imperio romano”
- Tertuliano, Apologeticon
Por consiguiente, al provocar el incendio de Roma se desencadenaba el dinamismo del destino, a lo que seguía el derrumbamiento del Imperio, que, fatalmente, iba seguido del “regreso” de Jesús y del reino de Dios. Ahí Pablo creía estar seguro de hallarse bien situado. Si esto no sucediera, significaría que la profecía era falsa, lo cual era impensable para él. Era un iluminado, en el sentido peyorativo del término, no lo olvidemos, y su carácter no arreglaba las cosas.
Es obvio que todas estas razones no actuaron juntas. Pero es seguro que algunas de ellas incitaron a Pablo a involucrarse directamente en la fatal orden. Su huida de Roma, su embarcamiento clandestino a Troas, los dos años en los que estuvo oculto en casa de Carpo y que era buscado por la policía romana, su inesperada detención en Troas, su regreso a Roma para ser juzgado allí (lo que implica que no delinquió en Troas y sí en Roma), todo contribuye a hacer de Saulo-Pablo el verdadero responsable del incendio de la ciudad, obra de cristianos fanáticos.
Todo esto hizo levantar sospechas por parte de las altas cúpulas políticas del imperio.
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Pablo ganaba mucho con el incendio de Roma. Lo primero era el derrumbe de una ciudad-sociedad netamente pagana que adoraba a dioses falsos. Los templos ardiendo dedicados a los dioses romanos representaban una simbología muy efectiva para sus planes de “sustitución de religión”. También se beneficiaría con la caída de Nerón con el consiguiente ascenso al poder de alguno de sus “amigos” (cómplices en realidad) como Galba o quizá Séneca… esto hubiese sido un gran paso para el Cristianismo.
El cumplimiento de las profecías apocalípticas también fue un punto determinante al “encender la mecha” en Roma. Recordemos que con profecías de fin de mundo se suelen ganar muchos adeptos.
Y quizá el principal beneficio de todo este alboroto era una razón muy personal de Pablo: ser libre. Recordemos que Pablo, aunque tenía muchos privilegios, estaba preso y detenido por las autoridades Romanas. De seguro Pablo pensó que con el incendio, sus predicciones apocalípticas y sus amigos en el imperio, le otorgarían su perdida libertad.
Pero todo le salió al revés, nada de esto ocurrió. Pablo no recuperó su libertad y su cabeza terminó rodando por el suelo…
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Ver: Pablo responsable del incendio de Roma. Parte 1
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Fuentes:
- Flavio Josefo Antigüedades judaicas, XX, VIII
- Gastón Bachelard, Psicoanálisis del fuego
- Tertuliano, Apologeticen, XXXVII, 3
- N. H. Sitwell, Roman Roads of Europe
- Filón de Alejandría Legatio ad Caium, 282
- Lipsius, Acta apostolorum apocrypha, I
- Robert Ambelain, La Vie secrète de Saint Paul.
- Jerónimo, De viris illustribus XII
- J. Finegan, Light from the Ancient Past
- Tácito, Anales XV, XXXVIII,
Ver: Pablo; Conclusiones desde el Ateismo
Ver Artículos sobre: Pablo de Tarso
Ver: Jesús no Existió. Introducción.
Ver Sección: Análisis Bíblico.
“Prefiero molestar con la verdad que complacer con adulaciones” Séneca
Causa, motivo y oportunidad...
ResponderEliminarPoniéndolo el artículo en esos términos me suena bastante convincente tu línea argumental, desafortunadamente, jamás podremos comprobarlo o refutarlo totalmente debido a la pérdida de evidencia de ese suceso.
Saludos Noé.
Frente a estas patochadas, aporto un enlace a un artículo serio escrito por una Profesora Titular de Historia Antigua, aunque supongo que Carlos Odín dará más credibilidad a Noé por una cuestión de fe.
ResponderEliminarhttp://e-spacio.uned.es/fez/eserv.php?pid=bibliuned:ETFSerie2-C1B0E5FA-1646-7A3A-EB3E-44CF34D6FA6D&dsID=PDF
Noé:
ResponderEliminarTe sugiero que contrastes tus copia-pegas para no meter la pata.
En este post dices esta patochada: "el 33 es, en el Antiguo Testamento, el número de TODA PURIFICACIÓN (Levítico 12,4)"
Si hubieras consultado el Levítico antes de pegar este copy-paste, verías que es mentira. El texto lo relaciona solo con las mujeres que acaban de dar a luz un varón.
Cuanta estupidez hablas, no sabes donde estás parado. estudia mas la Biblia para que no pases por ignorante.
ResponderEliminarwww.vida1.es.tl
ResponderEliminarDentro de las dos partes del "Comprobando que Pablo quemó Roma" encuentro tu teoría bastante firme, aunque, claro, no al 100%.
ResponderEliminarNo tenía idea, por ejemplo, de que Pablo podría estar asociado con Séneca. Si bien, una amistad podría no ser suficiente, podría hacerlo sospechoso de cualquier cosa.
Y, cabe también recordar, las cosas «ciudades, por ejemplo» ardían frecuentemente en años antiguos. Aunque, por supuesto, el siniestro del 64 fue de proporciones históricas. A pesar de todo, el Gran Incendio sigue fascinando a los historiadores, que parecen nunca estar completamente contentos con pensar que o fue Nerón o un accidente.
Está claro, para mí, que Nerón no lo causó «en tus entradas supiste salvar bastante bien la reputación de este eternamente incomprendido y demonizado emperador». Aunque se vio sospechoso que en el lugar del incendio construyera su Domus Aurea, pero ¡vamos! es el hombre más importante del antiguo mundo... ¡Se merece una casa de oro!
Lo que cabe resaltar es que los que adoran al Cristos, por aquellos días, eran confundidos con los judíos: "en castigo por la muerte de tantos combatientes mesianistas judíos en los crueles juegos circenses. No podía tratarse todavía de cristianos, ya que las persecuciones contra la nueva religión no comenzaron hasta después de dicho incendio"... Perfectamente claro, eran confundidos con simples judíos, lo cual es incorrecto, pero eso no importaba mucho en aquellos días. Ahora, recordemos que los griegos detestaban a los judíos porque eran, según ellos, misántropos debido a sus leyes y formas de vida «y cualquiera que lea el Talmud podría pensar lo mismo de ellos». Los romanos seguramente los veían de la misma manera... y no es para menos.
Aclarado: lo de “odiar al género humano” proviene de su similitud con los judíos.
Es interesante ver que incluyes el Apocalipsis de Juan de Patmos. En la parte de "¡Cayó, cayó la Gran Babilonia! [...] Devuélvanle según ella ha dado, págenle el doble de lo que ha hecho", evidentemente se refiere no a la verdadera Babilonia.
Sabemos que Juan usó metáforas que sólo los "iniciados al cristianismo" comprendían. Así que, tanto la Gran Ramera como la ciudad de Babilonia hacen alusión a Roma.
"¡Cayó, cayó Babilonia la grande!" Este había sido el grito de los profetas que saludaban la caída de la cuidad opresora (Jer. 50 y 51).
Pero bueno, los cristianos ya se paseaban por Roma gritando que la ciudad "ardería en el infierno" antes del Gran Incendio. Esto sería buena escusa para culparlos.
Es una buena entrada, aunque hace falta más gente con visión histórica que comente esta clase de entradas y así complementar y debatir conclusiones.
Sea como haya sido, pocos se atreven a culpar a los cristianos de quemar Roma de la manera en que tú lo has hecho y lo ven como algo imposible «de la misma manera en que ven imposible la idea de que Hitler era un humano como todos nosotros, por ejemplo» ¿Por qué? Porque la historia la escriben los vencedores. Ahora podemos encontrar a Nerón dentro del catálogo de anticristos, sólo porque se le pasó la mano con los cristianos al castigarlos «jejejé».
Si Nerón «que estaba gobernando Roma, el año en que todo esto sucedió» culpó a los cristianos de manera tan inflexible debió ser por algo... No por simple venganza o diversión, ya que, para entonces, eran una minoría que gritaba a los paganos que se arrepintieran porque el Juicio Final estaba cerca «y aún no ha llegado, ¡jejejé!», que sus dioses eran falsos y que sólo ellos tenían al verdadero.
Okay, todo esto deja en claro que tanto cristianos como judíos deseaban destruir a Roma... ¿Y quién no? Por algo los galos, germanos y unos atacaron el imperio hasta hacerlo caer «aunque eso fue después».
Pero, como dijo Carlos Odín: "desafortunadamente, jamás podremos comprobarlo o refutarlo totalmente debido a la pérdida de evidencia de ese suceso".
Gullweig:
EliminarNo hay ninguna relación entre Pablo y Séneca.
Y es imposible que el incendio de Roma que relata Apocalipsis 18 sea el del año 64.
¿Por qué es imposible? Muy sencillo. La persecución de Nerón a los cristianos fue después del incendio y, el fuego que se trata en Ap. 18, es posterior a la persecución. De hecho, se dice claramente que es una venganza por la represión de Nerón:
"ha juzgado a la Gran Ramera que corrompía la tierra con su prostitución, y HA VENGADO en ella la sangre de sus siervos.» Y por segunda vez dijeron: «¡Aleluya! La humareda de la Ramera se eleva por los siglos de los siglos» (Ap. 19:2-3)
El Apocalipsis es un libro muy judío y, en las obras judías, no es nada raro el incendio de ciudades "pecadoras" como Sodoma y Gomorra.
Saludos Aletheia 6.a....
EliminarPensé que la correspondencia entre Pablo y Séneca era más que probable.
Por ahí anda desde hace rato un supuesto epistolario apócrifo entre ambos personajes.
ES HORA DE DESTRUIR EL CRISTIANISMO ... DE REVELAR LA VERDAD
ResponderEliminarVeamos lo que dice Tácito en Anales Libro XV Capítulo XXXVIII
ResponderEliminarSiguióse después en la ciudad un estrago, no se sabe hasta ahora si por desgracia o por maldad del príncipe, porque los autores lo cuentan de entrambas maneras (17), el más grave y el más atroz de cuantos han sucedido en Roma por violencia de fuego. Salió de aquella parte del Circo que está pegada a los montes Palatino y Celio, donde comenzó a prender en las tiendas en que se venden aquellas cosas capaces de alimentarle. Hízose con esto tan fuerte y poderoso, que con mayor presteza que el viento que le ayudaba, arrebató todo lo largo del Circo, porque no había allí casas con reparos contra este elemento, ni templos cercados de murallas, ni espacios de cielo abierto que se opusiesen al ímpetu de las llamas; las cuales, discurriendo por varias partes, abrasaron primero las casas puestas en lo llano, y subieron después a los altos, y de nuevo se dejaron caer a lo bajo con tanta furia, que del todo prevenía su velocidad a los remedios que se le aplicaban. Ayudóle al fuego el ser la ciudad en aquel tiempo de calles muy angostas y torcidas a una parte y a otra, todo sin orden ni medida, cual fue el antiguo edificio de la vieja Roma. A más de esto, las voces confusas de las mujeres medrosas, de los viejos y niños, y de los que, temerosos de su peligro o del ajeno, éstos se apresuran para librar del incendio a los débiles y aquéllos se detienen para ser librados, lo impiden y embarazan todo; y muchas veces, volviéndose unos y otros a mirar si los seguía el fuego por las espaldas, eran acometidos de él por los lados o por el frente. Y cuando pensaban ya estar en salvo con retirarse a los barrios vecinos, a los que antes habían juzgado por seguros, los hallaban sujetos al mismo trabajo. Al fin, ignorando igualmente lo que habían de huir y lo que habían de buscar, henchían las calles y se echaban por aquellos campos. Algunos, perdidos todos sus bienes y hasta el triste sustento de cada día, y otros por el dolor que les causaba el no haber podido librar de aquel furor a sus caras prendas, se dejaban alcanzar de las hambrientas llamas voluntariamente. Ninguno se atrevía a remediar el fuego, habiendo por todas partes muchos que, no sólo prohibían con amenazas el apagarle, pero arrojaban públicamente tizones y otras cosas encendidas sobre las casas, diciendo a voces que no hacían aquello sin orden; o que fuese ello así, o que lo hiciesen para poder robar con mayor libertad.
No dice nada de los cristianos, ni siquiera las oraciones: “odiar al género humano”, “de ser dignos de los últimos rigores”, y que, a pesar de todo, “el interés público exigía hacerlos desaparecer”
¿De dónde sacaste eso?
muy bien
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