Sí, Dios existe
(Publicación Cristiana)
La creación del Universo plantea la existencia de Dios.
Víctor Pérez Velasco
Psicopolitólogo.
21 de diciembre de 2024 (07:25 CET)
Me apetece compartir con ustedes esta reflexión personal que espero no consideren en absoluto ociosa, y la realizo desde la inevitable incertidumbre humana. Efectivamente, se trata de afirmar que Dios existe. No es fácil comprometerse con este aserto, ni mucho menos tildarle de frívolo, ya que me ha tomado muchos años poder asimilar racionalmente esta aseveración. También debo constatar que en absoluto es una idea original, pero sí se ha de reconocer que es un posicionamiento que demanda superar abundantes interrogaciones y son muchas las personas con esta tarea pendiente, de ahí la razón de mi tardía decantación.
Sin duda que una de las últimas pulsiones para cerrar este proceso de clarificación personal se lo deba agradecer a Anthony Flew(1923-2010), filósofo británico, exmarxista y durante décadas personaje de referencia del ateísmo europeo. Lo paradójico es que al final de su carrera, en 2004, en una entrevista primero y con una publicación reveladora después, confirmó que renunciaba a su anterior trayectoria atea para afirmar que Dios existía. Pero no lo hizo recurriendo al formato que las religiones tradicionales proponen, no, sino desde su visión de filósofo consecuente representante del racionalismo crítico.
No se trataría de un Dios revelado por profetas ni mesías, sino fruto de la racionalidad, del pensamiento filosófico riguroso y de la toma consecuente en consideración del potente argumentario científico. Su conversión al teísmo no procede de un acto de fe, ni de un rayo de luz divino, no. Su renuncia al ateísmo deviene de un pensamiento racional, madurado, coherente y exento de dogmatismo, a la luz que se desprende de los estudios acumulados sobre las leyes de la naturaleza.
Pero Flew nunca ha estado solo en esta lucha sana por encontrar a Dios desde la racionalidad científica y filosófica, le han acompañado todos aquellos investigadores que hicieron posible la Teoría de la Relatividad Espacial y General, la teoría del Big Bang, la Teoría del Ajuste Fino y la Teoría de la Mecánica Cuántica, por resumir. Implicaría a autores como Einstein, Hoyle, Friedman y Lemaitre, Penzias y Wilson, Max Plank, etc. En esencia, lo que se refuta es que el cosmos haya sido fruto del azar, sino causado por una voluntad inteligente, intencionada y que creó este Universo regido por leyes físicas y químicas deliberadamente proyectadas. Detrás quizás quede cuestionado el evolucionismo, que no la evolución.
También deben tenerse en consideración los argumentos filosóficos de los clásicos, helénicos y latinos, que precedieron a los autores mencionados. Pero de la existencia de este Dios, compatible en parte con ciertos contenidos de los libros sagrados de las religiones clásicas, no se puede deducir automáticamente la eternidad de la vida material o inmaterial, ni la certeza de los dogmas que estas religiones defienden a propósito del mesianismo, redención, resurrección u otras propuestas sobre la vida humana post mortem. Estas serían cuestiones tangenciales y, de momento, ni se aceptan ni se rechazan, simplemente siguen ahí, pendientes de dilucidar.
La idea de que Dios está en nuestro interior no es nueva y la desarrolló Matthew Alper, en un trabajo titulado Dios está en el cerebro (2008). También Kant ubicó en nuestro cerebro sus “a priori”, el tiempo y el espacio. Ambas aportaciones nos abren a una perspectiva psicologista que nos posibilita hallar una conexión del tema divino con la psicología humana. Por ejemplo, desde otra óptica, la motivacional, podríamos conectar la Motivación Intrínseca y Extrínseca con la Vivencia Intrínseca y Extrínseca de la experiencia religiosa, todo ello a través de un hilo conductor: la espiritualidad.
¿Pero qué sería la espiritualidad? De una forma funcional, podría definirse como la expresión de ese “pegamento” que conecta la psique humana con la obra intencionada de ese diseñador superinteligente que aquí estamos definiendo como nuestro Dios. Veamos.
Ese Dios ha querido, representado en las leyes naturales que definen el funcionamiento del Cosmos, estar presente en este reducto o pequeña parcela de su obra, los humanos, a través de la espiritualidad, como una expresión de nuestra mística, que desborda el pensamiento y sentimiento religiosos. La espiritualidad no es privativa de los humanos que viven apegados a una fe, sino que es consustancial a todas las personas que viven al amparo de las leyes físicas que rigen la vida que conocemos y se expresará de forma singular y genuina según qué casos.
Tenemos abundantes materiales a desplegar sobre la espiritualidad, ya que un importante número de estudios tienden a confirmar su carácter heredado y genético. Dean Hamer, en su obra El gen de Dios, realiza un profundo estudio sobre la relación entre la religión, la espiritualidad y la genética, concluyendo que “la espiritualidad es una intensa actividad personal. Implica sentimientos, pensamientos y revelaciones íntimas que, a menudo, son difíciles sino imposibles, de describir y mucho más de compartir”.
Hamer conecta la espiritualidad y uno de sus rasgos, la autotrascendencia, con nuestro ADN, y en especial con un nuevo gen llamado VMTA2, descifrado por un genetista llamado George Uhl. Concretamente este gen con la variable C (o alelo espiritual) predispone a las personas que lo poseen a la espiritualidad. Este hallazgo vendría a suponer dos cosas: la primera, que la espiritualidad era genética y la segunda, que es heredable, aunque solo en torno al 50%. Además, la espiritualidad puede medirse con cuestionarios como el ITC (Inventario de Temperamento y Carácter de Robert Cloninger).
Este cuestionario, ITC, permite detectar que hay variaciones en la intensidad de la espiritualidad de unos individuos a otros. Para ello usa la escala de Autotrascendencia, que mide tres dimensiones: Auto-olvido, Identificación transpersonal y Misticismo. La variabilidad individual en las puntuaciones obtenidas en espiritualidad permite afirmar que este rasgo psicológico puede ser entrenable y desarrollable. En consecuencia, nuestra hipótesis según la cual la espiritualidad es “un pegamento” o un hilo conductor de carácter genético de la vida humana con el resto de nuestro universo adquiere más visos de verosimilitud.
Matthew Alper, en su publicación ya mencionada, (2008:118), converge con Hamer sobre la conexión de la espiritualidad con la genética, al asumir que “nuestras cogniciones, percepciones, sensaciones y conductas espirituales son la manifestación de impulsos heredados genéticamente que se originan en las conexiones neuronales del cerebro y que, por tanto, no suponen la existencia de una realidad espiritual”. Este autor solo afirma la existencia de la espiritualidad en nuestro cerebro, pero ni niega ni afirma la existencia de una divinidad, como un hecho real exterior a nuestra mente.
Pero hay también detractores y antagonistas a propósito de la existencia de Dios. Esto nos obliga a citar a Dawkins, el biólogo y autor del Gen egoísta, quien entiende que la genética no tiene nada que ver con las creencias espirituales, además de considerar a la religión, como un “virus de la mente”, creadora de mitos, irracionalidad y falsedades, que no desempeña ninguna función biológica ni aporta ningún tipo de ventaja. Según este autor, “no hay razón para creer que exista dios alguno y sí muchas para creer que ni existen ni han existido nunca. En este desatino hemos malgastado cantidades inmensas de tiempo y vida. Si no fuera tan trágico lo consideraría una broma de proporciones cósmicas”.
Tenemos razones tanto para afirmar como para negar la existencia de Dios. Pero en ejercicio de mi libre albedrío y aplicando la navaja de Ockham a esta reflexión, ya he tomado partido: Dios existe. Mi decisión no se debe a ningún acto de fe, conversión súbita o emocional, sino que es el fruto de un proceso de análisis, lógico y racional. Dios es un estado de la dimensión espiritual de nuestro cerebro, que demanda de forma insoslayable una respuesta personal, ya sea afirmativa, creyente; negativa, ateísmo; o de duda, agnosticismo. Sin respuesta, nos quedará un tema abierto en nuestra mente, que esta nos “forzará” a responder.
Finalmente, remarcar que fui socializado desde mi infancia hasta la adolescencia en el catolicismo; en la juventud me deslicé hacia un ateísmo suave; con la madurez descendí a un agnosticismo expectante, y ahora septuagenario, me he convertido en el defensor de un Dios filosófico, no vengativo y supuesto creador del Universo en que habitamos. A mí, de momento, el hallazgo de este Dios metafísico me satisface. Mientras tanto, la posibilidad de un Dios revelado prevalece como otro tema abierto, pero sin apremios.
Fuente:
https://www.escudodigital.com/expertos/opinion/si-dios-existe_61653_102.html
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Estacio
Esas no son razones para decir que dios existe
ResponderEliminarMuy buena publicación
ResponderEliminarABRAN LOS OJOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSS
Dios les bendiga ricamente
Digo una vez más: Dios, la Verdad, la Realidad Trascendente, etc, no es accesible al intelecto humano.
ResponderEliminarLo mejor que puede decir el intelecto sobre Dios es "Y sí, ALGO debe haber", una débil certeza, frágil, dudosa e insegura, la cual tampoco le es de mucha utilidad práctica...
Los gigantes espirituales nos invitan, nos impulsan, nos conminan, y nos dan caminos, para CONOCER, RECONOCER o REALIZAR a Dios o la Verdad directamente, en nosotros mismos, en forma firme, sólida e inamovible...
Lo cual SÍ es de una inmensa utilidad PRÁCTICA... uno se hace LIBRE; libre, en particular, del sufrimiento inherente a la vida en la ignorancia, o en el error, o en el pecado, o en el ego, que es todo una y la misma cosa...