En el principio...
¿Cómo se sintió el malvado y descarado opositor divino al ver esa creación magnifica e inicial del supremo?
Quizá la mejor aproximación a esta improbable escena nos la ofrece el escritor Jeff Lindsey en su tercera obra sobre la saga del “Oscuro Pasajero”. Ese potencial asesino en serie que desde niño tenia en su genética el ansia y necesidad de matar y que gracias a la guía de su padre, enfocaría su sed de sangre en criminales y asesinos que han evadido la ley pero que alcanzarían la justicia gracias a su mano anónima y vengadora. La obra de Lindsey fue exitosamente llevada a la pantalla chica bajo el nombre de “Dexter”; emitida originalmente por la cadena Showtime desde octubre de 2006 hasta septiembre de 2013; y fue protagonizada por Michael C. Hall.
En su tercer libro: “Dexter en la oscuridad” y precisamente en el prologo, Lindsey nos ofrece un breve relato de... ¿Cómo empezó la maldad en el universo? ¿Cuál fue el “click” que hizo que el ser emblemático de la maldad cósmica tomase su aberrante decisión?
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En el principio...
Él recordaba una sensación de sorpresa, y después una caída, pero eso era todo. Después, se limitó a esperar.
Esperó mucho tiempo, pero no le costaba nada, porque la memoria no existía y nada había chillado todavía. Por lo tanto, ÉL no sabía que estaba esperando. En aquel momento, no sabía nada. ÉL simplemente existía, sin posibilidad de medir el tiempo, sin posibilidad ni siquiera de engendrar la idea del tiempo.
De modo que esperó, y observó. Al principio, no había gran cosa que ver: fuego, piedras, agua y, por fin, pequeñas cosas que se arrastraban, que empezaron a cambiar y aumentaron de tamaño al cabo de un tiempo. No hacían gran cosa, salvo comerse mutuamente y reproducirse. Pero no había nada con lo que compararlos, de modo que durante un tiempo eso fue suficiente.
El tiempo transcurrió. ÉL vio que las cosas grandes y las pequeñas se mataban y devoraban mutuamente sin propósito alguno. Mirar eso no proporcionaba un verdadero goce, pues no había nada más que hacer y había muchas más cosas. Pero daba la impresión de que ÉL no podía más que mirar. Así que empezó a preguntarse: ¿por qué estoy mirando esto?
ÉL no descubría la menor lógica en todo lo que ocurría, y no podía hacer nada al respecto, pero allí estaba, observando. ÉL reflexionó sobre el problema durante mucho tiempo, pero no llegó a ninguna conclusión. Aún no había forma de meditarlo a fondo. La idea de un propósito aún no existía. Sólo existían ÉL y ellos.
Había muchos, y cada vez más, ocupados en matar, comer y copular. Pero sólo había un ÉL, y no hacía ninguna de estas cosas, de modo que ÉL empezó a preguntarse el motivo. ¿Por qué ÉL era diferente? ¿Por qué era tan diferente de todo lo demás? ¿Qué era ÉL? Y si era algo, ¿debía hacer algo también?
Transcurrió más tiempo. Las incontables cosas que se arrastraban fueron aumentando de tamaño y mejorando las técnicas de matarse mutuamente. Interesante al principio, pero sólo debido a las sutiles diferencias. Se arrastraban, saltaban y reptaban para matarse mutuamente. De hecho, una de ellas hasta voló por los aires para matar. Muy interesante, pero… ¿y qué?
ÉL empezó a sentirse incómodo con todo esto. ¿Cuál era el objetivo? ¿Debía participar en lo que presenciaba? Y si no, ¿por qué estaba observando?
ÉL decidió descubrir la razón de su presencia, fuera cual fuera. Por lo tanto, cuando estudiaba las cosas grandes y las pequeñas, estudiaba en qué era diferente de ellas. Todas las demás cosas necesitaban comer y beber, de lo contrario morían. Y aunque comieran y bebieran, al final también morían. ÉL no moría. Existía y existía. No necesitaba comer ni beber. Pero poco a poco, ÉL tomó conciencia de que necesitaba… algo, pero ¿qué? Intuía que existía una necesidad, y que la necesidad era cada vez más imperiosa, pero no sabía cuál era. Sólo ese presentimiento de que algo faltaba.
No llegaron respuestas, a medida que eones de grupos de escamas y nidadas de huevos desfilaban. Matar y comer, matar y comer. ¿Cuál es el objetivo? ¿Por qué he de presenciar todo esto sin poder hacer nada al respecto? ÉL empezó a sentirse un poco amargado por todo cuanto acontecía.
Y de repente, un día se le ocurrió una nueva idea: ¿de dónde vengo? Había deducido hacía mucho tiempo que los huevos de los que surgían los demás eran producto de la copulación. Pero ÉL no había salido de un huevo. Nada había copulado para crearlo. No había nada capaz de copular cuando ÉL cobró conciencia. ÉL había sido lo primero en existir, al parecer desde siempre, salvo por aquel recuerdo vago e inquietante de caer. Pero todo lo demás había salido de un huevo o nacido. ÉL no. Y con este pensamiento, dio la impresión de que la muralla entre ÉL y los demás aumentaba de altura, hasta alcanzar proporciones imposibles, separándolo de ellos por completo y para siempre. ÉL estaba solo, completamente solo para siempre, y eso era doloroso. ÉL quería integrarse en algo. Sólo existía un ÉL. ¿No existiría alguna forma de que ÉL copulara también y creara otros seres a su imagen y semejanza?
Y aquel pensamiento, MÁS COMO ÉL, se le empezó a antojar infinitamente más importante. Todo el mundo creaba más. ÉL también quería crear más.
Sufría, viendo las cosas estúpidas con sus vidas irritantes y bulliciosas. Su resentimiento aumentó, se transformó en ira, y por fin la ira se convirtió en rabia hacia las cosas estúpidas y absurdas, y su existencia incesante, eterna, insultante. Y la rabia aumentó y se enconó, hasta que un día ÉL no pudo soportarlo más. Sin detenerse a pensar lo que estaba haciendo, se levantó y se acercó a uno de los lagartos, con el deseo de aplastarlo. Y ocurrió algo maravilloso.
ÉL estaba dentro del lagarto.
Veía lo que veía el lagarto, sentía lo que sentía el otro.
Durante mucho tiempo, ÉL olvidó la rabia por completo.
Por lo visto, el lagarto no se daba cuenta de que tenía un pasajero. Se dedicaba a matar y copular, y ÉL lo acompañaba. Era muy interesante encontrarse a bordo cuando el lagarto mataba a uno de los más pequeños. A modo de experimento, ÉL se trasladó a uno de los pequeños. Estar en el que mataba era mucho más divertido, pero no lo suficiente para engendrar alguna idea útil. Estar en el que moría era muy interesante e inspiraba algunas ideas, pero no muy felices.
ÉL disfrutó de estas experiencias durante un tiempo. Pero aunque podía sentir sus sencillas emociones, nunca traspasaban el límite de la confusión. Aún no reparaban en él, no tenían idea de que… Bien, no tenían ninguna idea. No parecían capaces de tener ninguna idea. Eran muy limitados, pero estaban vivos. Tenían vida y no lo sabían, no sabían qué hacer con ella. No parecía justo. ÉL no tardó en volver a aburrirse, y su rabia aumentó de nuevo.
Y por fin, un día, empezaron a aparecer las cosas mono. Al principio, no parecían gran cosa. Eran pequeños, cobardes y ruidosos. Pero una diminuta diferencia llamó por fin la atención de ÉL: tenían manos que les permitían hacer cosas asombrosas. ÉL vio que tomaban conciencia por fin de sus manos, y que empezaban a utilizarlas. Las usaban para una gran variedad de cosas nuevas: masturbarse, mutilarse mutuamente y arrebatar la comida a los más pequeños de su especie.
ÉL estaba fascinado y miró con más atención. Los veía atacarse mutuamente, para luego correr a esconderse. Los veía robarse mutuamente, pero sólo cuando nadie estaba mirando. Los veía hacerse cosas horribles mutuamente, y después fingir que no había pasado nada. Y mientras ÉL miraba, por primera vez ocurrió algo maravilloso: rió.
Y mientras reía, nació un pensamiento, y adquirió nitidez envuelto en regocijo. ÉL pensó: puedo sacarle provecho a esto.
Título original: Dexter in the Dark
Jeff Lindsay, 2007
Editor digital: Titivillus
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